A LA SOMBRA DE UN ADAGIO El concierto para violín

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A la sombra de un adagio por Almudena Castro 10 0ctubre 2019

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Samuel Barber  [1910–1981]

En la historia de la música encontramos compositores reconocidos solamente por una obra. Uno de estos casos es el  Adagio para cuerdas Op. 11 de Samuel Barber que tiene su origen en el segundo movimiento de su Cuarteto de cuerdas No. 1, Opus 11, compuesto en 1936

El Concierto para violín fue encargado al compositor por un rico norteamericano para su protegido. El joven violinista consideró los dos primeros movimientos demasiado fáciles y poco brillantes para su lucimiento, y al tercero demasiado difícil. 

En enero de 1938, Barber envió la partitura a Arturo Toscanini, quien la devolvió después de memorizarlo. Estrenó el  Adagio con la Orquesta Sinfónica de la NBC el ​ 5 de noviembre de 1938, en Nueva York. En 1967, Barber adaptó el Adagio para un coro de ocho voces, como un Agnus Dei (Cordero de Dios).

El Concierto figura entre las obras mas dificiles para el violin junto a las Sonatas y Partitas de Bach, Labyrinth de Pietro Locatelli,el Capricho 24 de Paganini,  y los conciertos para violín de Tchaikovsky, Sibelius, y Schöenberg. 

Barber propuso una orquesta de dimensiones reducidas, con maderas y metales a dos, sin trombones, y con la interesante adición del piano al conjunto orquestal. Como en sus otras composiciones, el Opus 11 está construido con mucha atención al elemento rítmico, en especial en los movimientos externos. En el primero, Barber utiliza un ritmo muy peculiar, de origen escocés, conocido como Scotch snap, muy común en el lenguaje del jazz y en el último movimiento los timbales establecen el ritmo básico del moto perpetuo. 

El Opus 14 comienza con el violín solista explorando un tema lírico y cálido. A lo largo del movimiento, el violín dialoga con la orquesta mientras se mueven entre alegres exaltaciones y reflejos emocionales. En contraste, el segundo movimiento se abre con un solo de oboe simple y pacífico. La entrada del solista continúa este lento movimiento con una melodía rapsódica y múltiples repeticiones del lirismo de la apertura del oboe. El final se aleja abruptamente del sentimentalismo de los movimientos anteriores, sin embargo, exige un gran virtuosismo por parte del solista. El concierto termina a una velocidad vertiginosa mientras la orquesta acentúa enfáticamente las florituras finales y dramáticas del violín.

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En el comienzo, una casa destruida por el paso de la guerra mundial. Y tras un largo travelling, una mujer en la ventana. Las ruinas de la memoria. El largo preparativo hacia el suicidio. Y mientras, Samuel Barber. Segundo movimiento del Concierto para Violín. Andante, que suena aquí como un Réquiem. Pero decir “mientras” puede sonar equívoco. El movimiento lento del concierto de Barber no suena “mientras”, sino que es el auténtico narrador. Música e imagen se unen y dejan de llamarse por el nombre que antes tenían por separado para volverse por completo cine, una sola identidad indisoluble que habla de la sabiduría, la elegancia y el conocimiento con los que Terence Davies maneja la banda sonora de sus películas.

Aquellos diez primeros minutos son tan conmovedores como maestros, portentoso preludio de la clase cinematográfica a la que se asistirá desde entonces. Y lo son no sólo por la contención ejemplar y la inspirada capacidad creativa de su director, o por una labor de fotografía prodigiosa, sino sobre todo por una actriz entregada por completo a su personaje. En los ojos de Rachel Weisz pueden hallarse las claves de una película aparentemente estática que atesora en su interior una fuerza arrolladora: la irracionalidad a la que nos lleva el sentimiento amoroso, su apasionada pureza y su entrega sincera, desesperada e incondicional.

Los ojos de Rachel Weisz mirando al ser amado, una mezcla de admiración y devoción profunda, que anuncia cómo cualquier sacrificio resultará insignificante con tal de hacerlo posible, de hacerlo tangible. Los ojos de Rachel Weisz mientras vive con indiferencia su relación conyugal. Cuando toda una película puede explicarse con el rostro de una actriz es difícil negar la imperiosa belleza de lo filmado, su valentía, su ausencia de palabras, su importancia como documento fílmico y como testimonio ejemplar de una interpretación soberbia.

Al mismo tiempo, Davies coloca siempre la cámara con el fin de obtener el máximo partido de las interpretaciones de sus actores, a la vez que no renuncia nunca a su sentido narrativo. En ese sentido, la puesta en escena de The deep blue sea es uno de los pocos ejemplos del cine contemporáneo de cómo la filmación de los primeros planos puede tener, en todo momento, un sentido profundo. Todos estamos solos, y la manera más sencilla (y difícil) de representarlo es a través del plano cerrado, del individuo en solitario, del rostro cercano huérfano de toda protección. No es nunca comparable con la inexistencia de una puesta en escena propia de la televisión en la que el primer plano constante permite difuminar los alrededores, sino de hacer latente la extrema indefensión en la que se encuentran estos personajes.

The deep blue sea cuenta la historia de una mujer, y a través de ella habla de tres tipos de amor muy diferentes. Pero más allá de aquel relato, el film de Terence Davies sabe hablar de algo mucho más profundo e importante. Se trata de la esencia de la vida captada a través de sutiles, displicentes, eternos y aletargados gestos. Cantar una canción alrededor de una mesa o bailarla en la esquina de un bar bien puede resumir toda una vida. De eso habla realmente esta película, de cómo un momento puede contener el mundo, de la dificultad de filmarlo y de cómo el resto puede dejar de importar si se consigue atesorar ese milagroso gesto cinematográfico.

De eso habla The deep blue sea. Indaga en las pasiones, en el peligroso y verdadero sentido del amor absoluto, amor incondicional y entregado, y se atreve también a regalar, por el camino, a un bello y doliente personaje, encarnado en el marido de la mujer protagonista, que es también interpretado con abnegada pasión. Qué difícil resulta ser civilizado cuando uno ama y no es correspondido, y qué bien queda retratada aquí esa complejidad del ser humano para lidiar con sus conflictos sentimentales.

Una película atemporal y, al mismo tiempo, absolutamente contemporánea. El dominio del tempo narrativo, de la tensión cinematográfica cuando se está contando algo mil veces visto, y la incuestionable belleza poética de cada una de sus imágenes son los triunfos de la película de Terence Davies. En la absoluta independencia de un cine con identidad propia, dotado de una insobornable personalidad, descansan los cimientos de una película contemporánea destinada a sobrevivir a todas las épocas. 

Jonay Armas, La butaca azul, 29 julio 2012

Música de cámara I

» La belleza, que es forma pura —la música es el arte en el cual el contenido es forma— no tiene otra finalidad que ser ella misma.»

Armando Rojas Guardia, 29 de octubre de 2016.

El tratamiento de la música de cámara se abordará en tres partes:
I. Generalidades
II. Obras imprescindibles y
III. Música de cámara y cine.

En la  entrega del 9 de mayo 2020, destacamos la importancia de la radio en nuestra formación como oyentes de música clásica. En el caso de la música de cámara, además del programa Monte Sacro del Prof. Galzio, todos los domingos estuvo  presente Música de Cámara de Radio Nacional de Venezuela a cargo del chelista André Poulet.

Pololo en sus clases de apreciación de la música de cámara, decía que se trataba de asistir a una tertulia, que había que prestar atención a lo que decía cada uno de los contertulios, cómo intervenían y respondían los otros. Musicalmente además de la melodía, prestar atención a la armonía y el ritmo. Una obra de cámara es la expresión más íntima y personal de un compositor.

El Diccionario Harvard de Música define Música de Cámara como » la  música escrita para ser interpretada por un grupo reducido, generalmente instrumental, con un instrumentista por parte «.
El nombre viene de los lugares en los que ensayaban pequeños grupos de músicos durante la Edad Media y el Renacimiento. A esas habitaciones, no muy grandes, se les llamaba cámaras.

Sobre el escenario nos llamará la atención la ausencia de un director, y que los músicos se sitúan de manera que puedan mirarse entre si para lograr una mejor coordinación. Cada instrumentista toca un papel diferente, independiente de los otros y con una función determinada que puede coincidir o no con la de los demás  instrumentistas de la agrupación, pero siempre interrelacionados.

Hay muchas combinaciones instrumentales de cámara: el trío y el cuarteto de cuerdas, el quinteto de cuerdas cuando se duplica alguno de los instrumentos, el trío y el quinteto con piano, y combinaciones de cuerdas y viento. Quinteto de viento (flauta, oboe, clarinete, fagot y trompa) y quinteto de metales (2 trompetas, trompa, trombón y tuba). Sextetos y octetos. 

Todos los conservatorios destacan la importancia formadora y didáctica de la actividad camerística, tanto para los músicos como para el público. » La música de cámara además, desarrolla el oído interno, favorece la división de la atención, escuchando a cada uno de los compañeros por separado, así como el producto final. Lo que repercute en el aprendizaje de la afinación, destreza necesaria que requiere un proceso lento y progresivo «.

» Hasta en los grupos más homogéneos, cada músico tiene muchas cosas que los demás no tienen. Y no simplemente técnica, también influencias, formas de trabajar, capacidades sociales, organización, sonido por lo que se convierte en algo enriquecedor. Se trabajan valores como el respeto. No consiste en ser el mejor en el conjunto sino de hacerlo mejor. Hay que respetar a los demás y conocer qué papel desempeña cada uno en un determinado momento «.

» En definitiva, la música de cámara hace mejores músicos. La música de conjunto nos hace prestar una atención superior al sonido, por encima de la técnica, aunque está claro que ésta es algo fundamental. Hace que prestemos atención a aspectos como la precisión rítmica, tempo, dinámicas, fraseos, timbres, formas, afinación…Hace que veamos la música como algo muy vivo, práctico e inmediato que disfrutan ejecutantes y público «. 


André Poulet es músico de trayectoria internacional, chelista y director de orquesta, nacido en Bélgica. Llegó a Venezuela como primer chelo de la Orquesta Sinfónica Venezuela y como solista tocando con todas las orquestas. Considerando la música venezolana como una de las más interesantes en el mundo, estrena varias obras de compositores venezolanos, entre ellas, el Poulet concierto  que le dedicara el maestro Juan Carlos Núñez. Como violonchelista estuvo tocando en los festivales más importantes de Europa, en Francia, Alemania, Suiza, Bélgica, Dinamarca, entre otros. Fue invitado al 1er. Encuentro de Personalidades Latinos Americanas en Israel. 

En Caracas forma su cuarteto con Martha Trejo (violín), Luis Miguel Jóves (violín) y  Alexis Guanipa (viola), músicos estables de la Orquesta Filarmónica Nacional.

La música y las artes de expresión corporal

Las artes de expresión corporal como el ballet, el tango, el flamenco, las danzas y los bailes populares y folclóricos, las danzas de los zulúes, masáis, hawaianas, tahitianas, maorí, árabes, de la India, japonesas, etc., tienen muchas resonancias en mí. 

Siento el ritmo de una cumbia o de un toque de tambor pero mi cuerpo no es capaz  de expresarlo, » tengo el carapacho duro » . Tampoco he podido » charrasquear » un cuatro. Mi mente analítica pensaba que puntearlo era más fácil, pero se equivocó.  

Disfruto tanto el ballet como la danza contemporánea. Me encantan los programas de TV:  » Mira quien baila «, » America’s best dance crew «, » Dancing with the stars «, y el ballet sobre hielo —The sleeping beauty, ballet on ice, St Petersburg State Ballet—, por ejemplo. 

El goce estético por el cuerpo humano se fusiona con la admiración de las explicaciones técnicas de la Biomecánica de Kapandji y en la física detrás de los movimientos del ballet (Conferencia TED de Arleen Sugano). 

Al regodeo visual y musical, el intelectual, en las muchas películas de Carlos Saura con las coreografías de Antonio Gades. Billy Elliot (2000) dirigida por Stephen Daldry, El cisne negro (2010) de Darren Aronofsky, West Side Story (1961) de Robert Wise  y Jerome Robbins, Le roi danse (2000) de Gerard Corbiau, la filmografía de musicales de Stanley Donen y Gene Kelly.

Soy seguidor de All Arts Showcase en la televisión pública norteamericana —PBS— por su colección de video clips. Tuve la excepcional oportunidad de ver en los minutos que duraba la interpretación de I Musici de Montreal del vals de la Serenata para cuerdas Op. 48 de Tchaikovsky, la mejor explicación del fracaso matrimonial del compositor con su alumna Antonina Muliukova. Igualmente en Le Belle (Temporada 2007 de los Ballet de Monte Carlo, con Aurélia Schaefer) Maillot hace una interpretación arquetipal de la Cenicienta. Tal es el poder de síntesis de la danza.


Dejo algunos nombres vinculados con la expresión corporal para que busquen en internet y YouTube. Les aseguro que será una experiencia enriquecedora.

Compositores: Jean Phillipe Rameau, Jean Baptiste Lully, Tchaikovsky, Prokofiev, Stravinski, Aaron Copland, Manuel de Falla, Alberto Ginastera.

Coreógrafos: Martha Graham, Busby Berkeley, Thiery Malandain, George Balanchine, Marius Petipa, Maurice Bejart, Michelle Fokine, Jean Christophe Maillot, Pina Baush,Roland Petit. 

Compañías: Ballet de la Ópera de Paris, Ballet Mariinsky (antes Kírov, en St. Petersburg), Ballet del Bolshoi (Moscú), Royal Ballet (Londres), American Ballet Theatre, Scala Theatre Ballet, Les ballet Trockadero, Les ballets de Monte Carlo, Ballet Folklórico de México en su  sede del Palacio de Bellas Artes. 

Bailarines: Anna Pavlova, Maya Plisétskaya, Margot Fonteyn, Alicia Alonso, Rudolf Nureyev, Vaslav Nijinsky, Mijkail Baryshnikov. 

Óperas con ballet: la grand opera francesa, Tannhäuser de Wagner, La Gioconda de Ponchielli, Aida, Don Carlo, y Vísperas sicilianas de Verdi; etc.

Imagen: X Nguyen

¿Cómo convertirse en aficionado a la música clásica?

Motivada por la escucha de la Sinfonía No. 1 de Tchaikovsky

Sin proponérselo Ud. escucha una música que le agrada o lo conmueve, o trae recuerdos de situaciones. Decide entonces  saber de que se trata, cómo se llama. 

A menudo va al cine y le atrapa la banda sonora. Por ejemplo Master and Commander (Mozart, Vaughan Williams, Bach y Boccherini), cuando no es la misma música el tema de la película como en Amadeus o Farinelli

Manteniendo la curiosidad, logra identificar la obra y su compositor. Despierto el interés, buscar más información sobre el compositor y la obra, especialmente cuando detrás hay una interesante historia como las que nos cuenta Martin LLade en Sinfonía de la mañana (recopilados en  Inma.pacozone.com).

A partir de este momento debe tener presente: 

Los gustos musicales son profundamente individuales.

La música que le apasiona puede no gustarle  a otros.

La música  que los “expertos”  piensan que es la mejor  puede no ser la “mejor.

Hay composiciones de un valor  musical  innegable que no son de nuestro gusto. No es una falta de cultura. Siempre hay otras y de ese mismo compositor que nos enternecen hasta las lágrimas. Con la madurez musical que da el tiempo llegaremos a valorarlas.

 La mejor  es posiblemente  la que mas le haya  llegado a su gusto  y a su corazón.

Hay infinidad de autores clásicos  y modernos de un enorme valor  musical que pueden proporcionarnos  tanto o mas placer  que  los autores  más  populares.   

Puede consultar con los amigos y expertos pero no tenga miedo seguir sus propios instintos musicales.


¿Cómo progresamos en la apreciación musical?

                                                                            Escuchando, escuchando.

Estudiando videos (en tv o por internet) para escuchar las secciones de la orquesta y los instrumentos mientras no podamos ir a una sala de conciertos, que es una experiencia insustituible (es la experiencia).

Intercambiando impresiones y apreciaciones con las amistades de nuestro grupo musical.

Cotejando mis apreciaciones estéticas. Después de ver los conciertos, opera, ballets y otros,   que ofrece la  televisión pública norteamericana o el canal de internet Great Performances, leo por internet las rigurosas reseñas  de los  críticos de The New York Times, y los comentarios de sus lectores. Así voy ganando confianza y aprendiendo.

Escuchando con mente abierta  por internet mucho Canal Clásico  de Radio Nacional de España.

En Música a la carta, el programa que hacen los oyentes, descubra tesoros. Son escuchas verdaderamente exquisitos que cubre un amplio espectro de gustos:

Desde música antigua (Yo soy la locura  con la soprano Raquel Andueza y La Galanía)  a lo contemporáneo (Benedictus y Palladio de Karl Jenkins). Cada  obra solicitada y complacida  va acompañada de un breve pero enriquecedor  comentario. 

Descubra en Café Zimmermann un dueto de contratenores;  de Giovanni Bononcini Se l’idolo che adoro con Philippe Jaroussky  y Max Emanuel Cenčić.

Desentrañe en Dos por cuatro los misterios del tango, escuche música de tradición oral en La riproposta, mientras  su alfombra voladora  toma Rumbo al Este, o simplemente siga Las opiniones de un payaso, y un inmenso etcétera (Vea la programación clásica de rtve.es).

Recuerde la música  es Ud.  ….  su libertad para elegir  es absoluta…..

Música en la juventud

Al iniciar mi bachillerato los programas de radio fueron y siguen siendo, al día de hoy, el pilar fundamental de mi formación autodidacta de oyente de música. Digo música porque abarca todos los géneros, como detallaré  próximamente.

En primer lugar, Radio Nacional de Venezuela, que oportunamente dirigió María Teresa Weissacher, tratando de detener su destrucción de la barbarie indetenible desde 1999También en esta estación escuchábamos Tesoros del Archivo de Rafael Sylva.

En Radio Capital, los programas eran Fantasías Dominicales, de Reynaldo Espinoza Hernández, que se iniciaba con los  primeros acordes del concierto “Emperador” de Beethoven y, —premonitoriamente—  con las palabras de Lorenzo en el acto V de  El mercader de Venecia :
«El hombre que en su interior no tiene música ni llega a conmoverse con acordes de armoniosos sonidos, es capaz de traición, de engaños y rapiñas; los instintos de su espíritu son lóbregos como la noche, y sus sentimientos, tenebrosos  como el Érebo. No confiéis jamás de un hombre así. Que se detenga ante la música«.

El violinista Yehudi Menuhin y el maestro Antonio Estévez comparten con Reinaldo Espinoza Hernández, de «Fantasías Dominicales» durante la visita del gran artista a Venezuela para estrenar en nuestro país el Concierto de Beethoven —1946.
Foto de archivo maestro Felipe Izcaray

Luego, el programa Monte Sacro a cargo del profesor Corrado Galzio, “un tachirense nacido en Sicilia” y Esta tierra mía producido y presentado por Adolfo Martínez Alcalá, para descubrir entre otros, los galerones cantados por Benito Quirós.
Todos y cada uno de estos programas ameritan una crónica detallada que el lector podrá suplir buscando por sí mismo la información en internet.  
Para amar algo es necesario acercarse y conocerlo. Es una etapa en la que se escucha mucho, sin prejuicios, para conocer obras y compositores. Poco a poco se opera el milagro de reconocer las melodías ya escuchadas, e ir decantando gusto por épocas y estilos de la música clásica. Compatible con los tiempos de internet, próximamente entregaremos una lista —que no listado— de obras con las cuales comenzar.


Biblioteca Nacional – Palacio de las Academias. Caracas

«La lucha del hombre contra el poder es la lucha de la memoria contra el olvido«.
                               

El libro de la risa y el olvido, 1978—Milan Kundera     

Los libros.
Recuerdo mi bachillerato como una de las etapas más felices de mi vida. Es el despertar de las emociones en un adolescente y el descubrimiento de la cultura en todas sus facetas. Magníficas personas y mejores profesores los del Liceo Rafael Urdaneta —su antigua sede de Manduca a Ferrenquin fue convertida en 1967 en una unidad educativa—.  Embelesamiento con las clases de matemáticas. Editábamos un mural de astronomía llamado Sidereus Nuncius y muchas amistades de esa época todavía me recuerdan con el pseudónimo de Selenita.
La profesora Beatriz Denis de Brito me descubre la literatura. Desde esa época adquirí el hábito de tomar nota de todo, y por el placer de la tarea, además de leer el libro completo, hacia unos análisis escritos de las lecturas asignadas que compartia con todo el salón.

Como paralelamente continuaba aprendiendo a escuchar música, tuve una verdadera epifanía leyendo el poema del Niágara de Pérez Bonalde  y la transición del tercer al cuarto movimiento de la quinta Sinfonía de Beethoven. Los invito a repetir la experiencia. Desde entonces música, literatura y todas las artes en general, nunca más se han separado en mí.

Las lecturas las hacíamos usando el carnet de préstamo circulante de la Biblioteca Nacional, en su antigua sede del Palacio de las Academias. Además de la literatura, empezamos a leer biografías de músicos y sobre análisis musical. Impercedero en mi memoria un libro fundamental, Como escuchar un concierto, de Jorge D’ Urbano. Al mencionárselo en una de sus clases a Pololo, tuve la alegría e inmensa fortuna de que me lo prestara, él también lo consideraba fundamental. El rescate de la biblioteca de Pololo es una tarea pendiente para los próximos años; contiene verdaderos tesoros. 


Aula Magna — Universidad Central de Venezuela

La sala de conciertos.
Se completa la tríada de la autoformación del amante de la música con la asistencia a espectáculos en vivo, una sala de concierto o de teatro.

En el liceo, uno de mis condiscípulos, Gerardo Réquiz, se jactaba porque estudiaba violín, y mencionaba a menudo los conciertos de los domingos en el Teatro Municipal. Al principio  estaba temeroso de ir porque pensaba que se requería ir formalmente, de flux, y desconocía la etiqueta, como eso de cuando aplaudir. 

Finalmente me atreví, y lo primero que me impresionó gratamente y me enganchó, fue la elegancia y la belleza de las muchachas acompañadas de sus parientes. Lo de la etiqueta lo resolví no precipitándome. Observaba y hacia lo de los demás, que aplaudían al final de la ejecución de la totalidad de la obra. Además se nos entregaba un programa con toda la información de las obras, sus partes o movimientos, y el orden en que serian interpretadas. Muy agradecido de Gerardo.

No hay comparación entre el sonido en una sala de concierto y la reproducción en radio o equipos de gran fidelidad. Esa sensación que te recorre el espinazo al escuchar la música en vivo no tiene comparación.  Entre las obras que recuerdo haber producido en mí esa sensación corporal está la marcha de los soldados romanos por la Via Appia, en Los pinos de Roma, de Ottorino Respighi, y el final de la suite de El pájaro de fuego, cuando se destruye el palacio. Eso de que la orquesta va de un sonido casi inaudible a un crescendo que llena toda la sala es un goce indescriptible. Igual sucede con La consagración de la primavera o el Bolero.

Una experiencia distinta, pero también gozosa porque era la unión de la poesía con la música, fueron los conciertos en el Ateneo de Caracas. Sentados en el piso escuchamos  a Paco Ibañez cantar A Galopar, de Rafael Alberti, Como tu pequeña piedra, de León Felipe, entre otros. Cuando tuve oportunidad de ir a México por un curso de  postgrado en la UNAM , compraba en las librerías alrededor del Zócalo, todo lo publicado de León Felipe.

Volviendo a la música sinfónica, hice un curso de postgrado en la apreciación musical, asistiendo a los ensayos de la sinfónica en el Aula Magna de la UCV. Trabajaba en el Investi mientras estudiaba de noche en la Universidad Santa María. Sacrificaba la hora del almuerzo, degustando los ensayos del concierto que se celebraría el domingo. Aprendí muchísimo. Algunas obras las conocía y otras no. Me quedó el gusto por ver los documentales y películas con los ensayos de directores. 

Importante: En los ensayos y en algunos momentos del concierto hay que mirar al director, pero en la mayoría de los casos, para evitar distracciones  (como algunos impresionantes brincos del maestro Estévez) prefería cerrar los ojos para ayudar a agudizar mis oídos. 

También recuerdo algunas decepciones. Después que Caldera allanara la UCV y perdiera el trabajo en el Investi, me desempeñé como almacenista en Viola & Cia. A veces estaba frente al mostrador para interactuar con los clientes, que eran técnicos en TV, radio y similares. Un día atendí a los hermanos González, músicos de la sinfónica que redondeaban sus ingresos reparando televisores. En la interacción técnica deje colar que uno de mis compositores favoritos era Brahms, a lo que me respondieron ¡qué aburrido! Desde ese momento comprendí que no todos los músicos lo eran por verdadera vocación, ni que todos están compenetrados con la naturaleza de las obras que tocan.

Más adelante, tuve oportunidad de conversar al respecto con el profesor Daniel Salas Jiménez, a quien conocía como maestro de ceremonia de los conciertos en el Aula Magna. Como docente en el Conservatorio de Música Simón Bolívar en el callejón Sanabria de la Urb. El Paraíso, estaba empeñado en que sus estudiantes leyeran sobre las obras que preparaban, que supieran quien fue Shakespeare, por ejemplo, de manera de pasar de ejecutantes mecánicos de sus instrumentos a ser artistas, que dan y transmiten contenido y sentido a las obras que preparaban.

Después de escuchar música en radio o en televisión y de leer sobre música y músicos, es muy importante consolidar lo alcanzado asistiendo a salas de conciertos. Es como poner en práctica toda la teoría aprendida. Hay que aprender a sacarle provecho al programa que nos entregan al llegar a la sala, y coleccionarlo, tanto como recuerdo de lo escuchado, como por la valiosa información que contiene  y a la cual hay que volver. Más que centrar la atención en los gestos del director, ponerla en los instrumentos a medida que intervienen.

Concierto para piano en Sol mayor Op. 58 – L V Beethoven

La música clásica tuvo siempre un lugar en mi vida estudiantil. El trayecto diario de 22 km de la casa familiar hasta la universidad Simón Bolívar solía ser propicio para apelar a mis cassettes de música clásica. Vale aclarar que las veces que no eran escuchados contaba con pasajeros que en lugar de agradecer la cola exigían que no colocara lo que ellos consideraban música pavosa o música de funerales.

En esos casos, Led Zeppelin, Jimmi Hendrix, Pink Floyd o La Dimensión Latina amenizaban la ruta. Sin embargo, los viajes en solitario estuvieron impregnados de este peculiar sonido. Era intrigante experimentar el curioso ramillete de emociones que esa música, misteriosamente, inspiraba.

El repertorio no era extenso, solo contaba con Tchaikovsky — El Lago de los Cisnes, la Overture 1812, el Concierto para violin, el Capriccio español —y Beethoven. De la limitadísima selección de la música de Ludwig Van Beethoven recuerdo en especial, la Sinfonía No. 6 — Pastoral—y el Concierto No. 4 para piano y orquesta en Sol mayor, Op. 58.

La Pastoral desencadenaba emociones difíciles de reconocer. Con la ausencia total de conocimientos que permitieran concientizar la grandeza de la obra, escucharla resultaba placentero, y el trayecto, más corto.

Por alguna misteriosa razón, sus melodías inspiraban una suerte de euforia que me predisponían para percibir la belleza que me rodeaba e insuflarme un bienestar especial. Una alegría literalmente mágica e inexplicable.

La exposición y mi reacción a la música de Beethoven en ese momento fue absolutamente instintiva. Desconocía la obra y el personaje que tan particular influencia ejercía sobre mi estado de ánimo. El tiempo en ese entonces estaba monopolizado por las prioridades típicas de un estudiante de ingeniería electrónica en la USB: Las que dictaban las hormonas y la exigencia académica.

La primera vez que me percaté de estar ante una extraordinaria obra maestra y concientizar la genialidad sobrenatural de Beethoven, fue con el Concierto No. 4. Esta obra de mi reducido repertorio la escuchaba con frecuencia. La conocía “de memoria” pudiendo anticipar sus temas y melodías.

No pretendo—ni tengo capacidad— para analizar una obra musical con algún grado de competencia, aunque si puedo expresar las emociones que inspiró y la significación de ese momento de consustanciación que aún provoca en mí su segundo movimiento.

Con las materias propias de ingeniería estábamos obligados a cursar algunas ¨humanisticas¨, por lo que decidí elegir Fundamentos de Filosofia. Los métodos de aproximación a la verdad inherente a los Diálogos Socráticos llamaron poderosamente mi atención. En ellos, los participantes realizaban exposiciones alternas, apelando siempre a la razón con base en preguntas cada vez más precisas, llegando a una conclusión y convencimiento mutuos sobre el tema en cuestion. Varios diálogos captaron mi imaginación y me maravilló la manera tan eficiente y civilizada de interactuar. Un diálogo en particular —Menon, en el cual se explora la esencia de la virtud, fue leído en clase y “puesto en escena” para deleite de los asistentes.

En camino a casa y por mera casualidad, comienza a sonar el concierto. En la medida que se inicia el intercambio entre el piano y la orquesta, se exponen los temas y el desarrollo, me percato de la semejanza con un Diálogo y simultáneamente mi imaginación se transporta y se integra en una conversación con un lenguaje sobrenatural que desconozco, pero que súbitamente comprendo! Lo entiendo porque me hace sentir, escuchar y palpar la intención noble y hermosa de los dialogantes.

En el segundo y tercer movimento percibí con claridad un hermosísimo diálogo. Por un lado, la soberbia, el orgullo y el despotismo y por el otro, la razón. El planteamiento insolente y limitado de la orquesta es respondido y sometido con sabiduría, belleza y coraje por el piano, llevando el desarrollo a un éxtasis, no de la victoria de la razón sino la celebración de la ¨conversión¨de los antivalores y su cara a la luz.

La experiencia de esa tarde me estimuló a aprender y conocer más sobre la música y el hombre que tan extraordinario poder había revelado. Desde entonces y desde la perspectiva del aficionado ignorante de teoría musical, he leído y estudiado sobre Beethoven hasta convertirme en un auténtico admirador de este gigante de la humanidad. Estoy seguro que acompaño a muchos ciudadanos del planeta en considerar a este hombre el más grande genio musical de la historia y probablemente, el ser humano más auténtico, honesto y valiente que haya existido.