Concierto para oboe en re menor de Alessandro Marcello

Alessandro Marcello es uno de esos compositores recordado por una de sus obras.  En el Concierto para oboe, el movimiento central es un adagio profundamente sentido que aspira al patetismo genuino, y es la razón por la que se ha utilizado en películas como The Hunger (con David Bowie y Susan Sarandon, 1983), The Firm (con Tom Cruise y Gene Hackman, 1993), The House of Mirth (2000), pero fue realmente la romántica historia de amor, Anónimo Veneciano (1970),  la que más contribuyó a popularizarla entre todos los públicos.  .

En el período de Weimar (1708-17), Johann Sebastian Bach arregló varios conciertos de maestros venecianos, utilizando las obras que el príncipe Johann Ernst compró en los Países Bajos. El arreglo que hizo Bach del Adagio de Marcello para su propio Concierto para clave en re menor, BWV 974, no se se basó en la edición de Amsterdam, sino que debe haberse basado en una versión manuscrita —perdida —del concierto que circuló antes de su impresión. El manuscrito original de concierto de Marcello se encuentra en los archivos de la Biblioteca Marciana, en Venecia,  y su primera ejecución en tiempos modernos se realizó en la “Feste Musicali di San Rocco” en el año 1997.

El Concierto en re menor, S D935, fue publicado por Jeanne Roger en Amsterdam en 1717, como un Concierto a Cinque —concierto en cinco partes— para oboe (solista), cuerdas (dos partes de violín y una viola) y continuo, compuesto por Alessandro. Marcello.

Los movimientos del concierto son:.

  • Andante spiccato. Lo presenta la orquesta (o instrumento de tecla en sustitución) hasta la enérgica entrada del oboe. El movimiento está escrito en 4/4.
  • Adagio: Comienza también con la orquesta. Es un movimiento muy lento en 3/4. Existen al menos dos versiones diferentes del Adagio que difieren en lo que respecta a la línea melódica a mitad del movimiento y unos pequeños cambios armónicos en la partitura general de la orquesta. 
  • Presto en 3/8.

Su hermano Benedetto Marcello también fue compositor. El estilo de estos hermanos proponía dar paso a la emoción dejando de lado una excesiva ornamentación en la forma compositiva.

Alessandro Marcello: 'La Cetra' Concertos

Alessandro Marcello, coetáneo de Antonio Vivaldi, fue un noble y diletante italiano que además de la música, se interesó por la poesía, la filosofía, la pintura y las matemáticas, bibliófilo, coleccionista de instrumentos y violinista. 

Alessandro compuso y publicó varios grupos de conciertos,  cantatas, arias, canzonettas y sonatas para violín.  Como miembro de la Academia Arcadiana (Pontificia Accademia degli Arcadi), componia bajo el pseudónimo de Eterio Stinfálico.

El  Grove Dictionary of Music and Musicians lo considera un compositor muy competente: «Sus conciertos de La cetra son inusuales por sus partes del instrumento de viento solista, junto con un conciso empleo del contrapunto al estilo vivaldiano, elevando su categoría a la más reconocida dentro del concierto clásico veneciano barroco”..

La Cetra contiene seis conciertos para dos oboes ( o flautas) cuerdas y continuo: Concierto en re mayor, S.D936; Concierto en mi mayor, S.D938; Concierto en si menor, S.D937; Concierto en mi menor, S.D939; Concierto en si bemol mayor D944; Concierto en sol mayor, S.D941.

Amanda Gorman, poesía y superación personal

Kelia Anne/Sun Literary Arts/AP Photo/picture alliance

Amanda Gorman hizo historia el miércoles 20 de enero de 2021, como la poeta inaugural más joven conocida. La residente de Los Ángeles de 22 años pronunció su poema The Hill We Climb» en la inauguración del presidente Joe Biden en Washington, D.C.

En 2017, Gorman se convirtió en la  primera  Poeta Juvenil Laureado Nacional. Al igual que Biden, Gorman ha luchado con un impedimento del habla a lo largo de su vida, por lo que la poesía es un «salvavidas» para ella.  Planea lanzar un libro de poemas para niños a finales de este año. 

La colina que escalamos

Cuando llegue el día en que nos preguntemos

¿En dónde podemos ver la luz en esta penumbra sin fin?

La pérdida que cargamos,

el mar que debemos vadear.

Hemos hecho frente a la boca del lobo,

hemos aprendido que el silencio no siempre es la paz

Y las normas y nociones

de lo que es justo

no siempre es la justicia.

Y sin embargo el amanecer es nuestro

aún antes de saberlo

de alguna manera lo hacemos.

De alguna manera hemos resistido y presenciado

una nación que no está rota

sino simplemente incompleta.

Nosotros, los sucesores de un país y una época

en que una delgada chica negra

descendiente de esclavos y criada por una madre soltera

puede soñar con llegar a ser presidenta

y encontrarse recitándole a uno.

Y sí, estamos lejos de ser impolutos

lejos de ser prístinos

pero eso no significa que estemos

luchando por formar una nación perfecta,

luchamos para forjar una nación con propósito,

para formar un país comprometido con todas las culturas, colores, personalidades y condiciones del hombre.

Y así alzamos la mirada no hacia lo que se interpone entre nosotros,

sino a lo que está frente a nosotros.

Cerramos la brecha porque sabemos que para darle prioridad a nuestro futuro,

primero debemos hacer a un lado nuestras diferencias.

Bajamos nuestros brazos

para poder extender nuestros brazos

al otro.

Buscamos no el daño, sino la armonía para todos,

dejemos que el globo, si nada más, diga que esto es verdad:

Que aún en la pena, crecimos

Que aún en el dolor, esperábamos

Que aún en el cansancio, intentábamos

Que por siempre estaremos unidos, victoriosos,

no porque no volveremos a conocer la derrota

sino porque nunca sembraremos la división.

Las escrituras nos dicen que visualicemos

que todos se sentarán bajo su vid y su higuera

y nadie los asustará.

Si debemos vivir a la altura de nuestros tiempos,

entonces la victoria no residirá en la espada

sino en los puentes que construimos.

Esa es la promesa clarear

la colina que escalamos,

si nos atrevemos es sólo

porque ser estadounidense es más que un orgullo heredado,

es el pasado al que entramos

y cómo lo reparamos.

Hemos presenciado una fuerza que destrozaría nuestra nación

antes que compartirla,

que destruiría nuestro país si fuera para retrasar la democracia

y casi tuvo éxito en sus esfuerzos.

Pero, mientras que la democracia puede ser retrasada periódicamente,

nunca podría ser derrotada permanentemente.

En esta verdad,

en esta fe confiamos,

ya que mientras tenemos la mirada en el futuro

la historia tiene su mirada en nosotros.

Esta es la era de la redención,

temimos su concepción,

no nos sentíamos preparados para ser los herederos

de un tiempo tan espantoso,

pero dentro de él encontramos el poder

de escribir un nuevo capítulo,

de ofrecernos esperanza y risa a nosotros mismos.

Así que si una vez nos preguntamos

cómo podríamos siquiera resistir la catástrofe,

ahora afirmamos

cómo podría la catástrofe siquiera resistirnos.

No daremos marcha atrás, hacia lo que era,

avanzaremos a lo que será.

Un país lastimado, pero entero,

benevolente, pero audaz,

fiero y libre.

No nos harán a un lado

ni nos interrumpirán intimidándonos

porque sabemos que nuestra inacción, nuestra inercia,

será nuestra herencia para la siguiente generación.

Nuestras torpezas serán sus cargas,

pero una cosa es cierta:

Si combinamos la piedad con el poder

y el poder con lo correcto,

el amor se convertirá en nuestro legado

y el cambio, en el derecho de nacimiento de nuestros hijos.

Entonces dejemos atrás un país

mejor que el que nos dejaron.

Cada respiro de mi pecho forjado en bronce,

elevaremos este mundo herido a uno maravilloso,

nos alzaremos desde las doradas colinas del oeste,

nos alzaremos desde el noreste azotado por el viento,

donde nuestro antepasados hicieron la revolución por vez primera.

Nos alzaremos desde las ciudades de los estados del medio oeste, bordeadas de lagos,

nos alzaremos del sur curtido por el sol.

Reconstruiremos, reconciliaremos, recuperaremos

y de cada rincón conocido de nuestro país,

nuestro pueblo, diverso y hermoso, emergerá,

golpeado y hermoso.

Cuando llegue el día en que salgamos de la penumbra,

inflamado y sin miedo

el nuevo amanecer florecerá mientras lo liberemos,

ya que siempre hay luz

si tan sólo tenemos el valor de verla,

si tan sólo tenemos el valor de serla.


Amanda Gorman nacida el 07 marzo de 1998 es una poeta y activista estadounidense de Los Ángeles , California . El trabajo de Gorman se centra en temas de opresión , feminismo , raza y marginación , así como en la diáspora africana . Gorman es la primera persona en ser nombrada Poeta Juvenil Laureada Nacional. Publicó el libro de poesía Not Enough The One for Whom Food Is en 2015.

Gorman fue criada por su madre, una maestra llamada Joan Wicks, junto a dos hermanos. Tiene una hermana gemela, Gabrielle, que es activista. Gorman ha dicho que creció en un entorno con acceso limitado a la televisión. Tenía un impedimento del habla cuando era niña.  Ella ha descrito a su yo joven como una «niña rara» que disfrutaba leyendo y escribiendo y fue alentada por su madre. Gorman ha dicho que tiene un trastorno del procesamiento auditivo y es hipersensible al sonido. Gorman participó en terapia del habla durante su infancia y Elida Kocharian de The Harvard Crimson escribe en 2018: «Gorman no ve su impedimento del habla como una muleta, sino que lo ve como un don y una fortaleza». 

Gorman asistió a New Roads, una escuela privada en Santa Mónica, para los grados K-12.  En su último año, recibió una beca universitaria de la Milken Family Foundation y estudió sociología en Harvard College . Mientras estaba en Harvard, se convirtió en la primera persona en ser nombrada Poeta Nacional Juvenil Laureada en abril de 2017.  Fue elegida entre cinco finalistas. En 2017, Gorman ganó una subvención de $ 10,000 de la compañía de medios OZY como parte de los OZY Genius Awards . 

Es fundadora de la organización sin fines de lucro One Pen One Page, que dirige un programa de liderazgo y escritura para jóvenes. En 2017, Gorman se convirtió en el primera autora en aparecer en el Libro del mes del XQ Institute, un sorteo mensual para compartir los inspiradores libros favoritos de la Generación Z. Escribió un tributo para los atletas negros para Nike  y tiene un contrato con Viking Children’s Books para escribir dos libros ilustrados para niños. 

En 2017, Gorman se convirtió en la primera poeta joven en abrir la temporada literaria de la Biblioteca del Congreso , y ha leído su poesía en MTV . Gorman escribió  In This Place: An American Lyric  para su actuación de septiembre de 2017 en la Biblioteca del Congreso, que conmemoró la inauguración de Tracy K. Smith como Poeta Laureada de los Estados Unidos . La Biblioteca y Museo Morgan adquirió su poema In This Place (An American Lyric) y lo exhibió en 2018 cerca de obras de Elizabeth Bishop . 

En mayo de 2020, apareció en un episodio de la serie web Some Good News presentado por John Krasinski , donde tuvo la oportunidad de conocer virtualmente a Oprah Winfrey y emitió un discurso de graduación virtual para aquellos que no pudieron asistir a las ceremonias físicas debido al COVID 19. 

Después del 6 de enero de 2021, enmendó la redacción de su poema para abordar el asalto al Capitolio de los Estados Unidos . Durante la semana anterior a la inauguración, le dijo al crítico de libros del Washington Post Ron Charles, «Mi esperanza es que mi poema represente un momento de unidad para nuestro país», y que «con mis palabras, podré hablar de un nuevo capítulo y era para nuestra nación». 

Serenata para tenor, trompa y orquesta de cuerdas Op.31 – Benjamin Britten

El compositor británico Benjamin Britten (1913-1976) es conocido por los aficionados a la música clásica por sus Interludios marinos de su ópera Peter Grimes (1954). Britten forma parte de un grupo de compositores que a finales del XIX y principio del siglo XX renovaron la música inglesa (Edward Elgar, 1857-1934; Ralph Vaughan Williams, 1872-1958; Gustav Holst, 1874-1934, Michael Tippett, 1905-1998, principalmente). En su música de concierto y particularmente  en las obras para voz e instrumentos, como la  Serenata para tenor, trompa y cuerdas, es donde el compositor despliega toda su fantasía melódica de una forma muy personal.

La Serenata fue escrita a principios de 1943 para el tenor Peter  Pears y el virtuoso trompista Dennis Brain, quienes la presentaron al público el 15 de octubre de 1943 con una orquesta de cuerdas dirigida por Walter Goehr. 

En homenaje a Brain (1921- 1957), el compositor escribió: «Conocí a Dennis en el verano de 1942… Pronto nos hicimos amigos, y no tardó en convencerme de que escribiera una obra especial para él. Esta resultó ser la Serenata… Su ayuda fue invaluable para escribir la obra; pero siempre fue muy cauteloso al aconsejar cualquier alteración. Pasajes que parecían imposibles incluso para sus prodigiosos dones fueron practicados una y otra vez antes de sugerir cualquier modificación, tal era su respeto por las ideas de un compositor. Por supuesto, interpretó la obra en muchas ocasiones, y durante un tiempo pareció que nadie más podía tocarla adecuadamente. Pero, como suele suceder cuando hay una obra que tocar y un maestro que la toca, otros desarrollan lentamente los medios para tocarla también, a través de su ejemplo.”

El prólogo y su repetición a modo de epílogo de la composicion están asignados a un solo de trompa natural. El trompista debe hacer uso de los armónicos naturales del instrumento, que producen una ligera desafinación en ciertas notas. En el resto de intervenciones de la trompa, Britten ha dispuesto del instrumento con una imaginación más que admirable, utilizándolo de muchas formas posibles, que van desde el solo ya mencionado, a la función de obligatto –en Nocturne y Elegy– o de refuerzo tímbrico dentro de la textura de la orquesta de cuerdas  en la Pastoral.

Todos los poemas tienen en común la idea del crepúsculo, la serenidad o la muerte, un ambiente plácido e íntimo que se adapta al origen y función de la serenata como forma musical. La primera canción es la Pastoral del poeta del siglo XVII Charles Cotton,  ideal para la imaginativa pintura de las palabras de Britten, que siempre está en su mejor momento cuando se le reta a complementar o realzar imágenes visuales evasivas, aquí de varios objetos cuyas formas se magnifican – en sus sombras descritas por el tenor que graciosamente desciende «El día ha envejecido.”

Nocturno de Tennyson («El esplendor cae sobre los muros del castillo») es la más brillante de las canciones nocturnas, llena del zumbido y la energía de la actividad nocturna, «del brillo estrellado”, mientras que el cuerno era el protagonista en Pastoral, aquí se une a la voz sólo en el estribillo.

En la Elegía,la trompa es de nuevo el foco de atención  en un impresionantes ejemplos de ajuste de palabras en el que una nueva y aún más poderosa obra de arte ha sido creada a través de la musicalización. Son los amenazantes segundos menores de la trompa los que distinguen  la breve y demoledora representación de William Blake de la corrupción de la belleza y la inocencia, un tema particularmente cercano al corazón del compositor, como afirmaría en obras maestras posteriores como sus óperas The Turn of the Screw y Billy Budd.

La línea vocal continua con el poema anónimo del siglo XV Dirge , que sin ninguna marca dinámica o expresiva, salvo la inicial «come un lamento», se suele cantar en una mezza voce constante. Es, como lo describió Christopher Palmer, «una canción descolorida y sin espíritu de la vanidad de todo esfuerzo humano… La voz en un sentido indiferente, impasible e independiente de la orquesta, que representa el elemento humano… Una procesión fugazmente impelida… se acerca lo suficiente para sembrar el terror mortal en nuestros corazones (histeria de los cuernos) y luego se aleja, dejando la última palabra para el lamento y el gemido incorpóreo del cantante.»

En el vertiginoso Himno de Ben Jonson, dedicado a Diana, la Diosa de la Caza, el cuerno descansa en el relajante «Sonnet» («Oh suave embalsamador de la aún medianoche»), donde la densidad verbal de Keats se ve mitigada por el maravilloso y amplio tratamiento de Britten para estirar las sílabas.  La ausencia de la trompa no sólo tiene sentido dramático sino que sirve a un propósito práctico, permitiendo que el intérprete se mueva discretamente fuera del escenario para tocar el Epílogo. 


La Serenata para tenor, trompa y cuerdas supuso un paso adelante en el tratamiento de la voz en Britten, donde las melodías y tratamiento dramático preparna el caminos para su ópera Peter Grimes (1945). Los musicólogos han destacado que “la inventiva de la variedad tímbrica, lírica y tímbrica de Britten con tan pocos elementos sorprende. El acompañamiento sincopado en Pastoral y Elegy; los impulsos stravinskianos de los acordes resonantes sobre pizzicati de Nocturne; la textura fugada de Dirge; o los efectos tímbricos finales de Sonnet e Hymn son un catálogo de recursos siempre jerarquizados por la voz, verdadera protagonista de la obra. La diferentes intervenciones del tenor y sus giros melódicos, así como las exigencias quasi dramáticas de la partitura, hacen que deba moverse en una tesitura cercana a las dos octavas. Son muy visibles los aspectos retóricos de la música respecto al texto, en momentos tan llamativos como el desarrollo melismático de la voz en la expresión “Goddes excellently bright”, de Hymn; o la respuesta en eco de la trompa en la frase “set the wild echoes flying”, siempre de manera elegante y con una técnica compositiva impecable”. 

El principal intérprete vocal de las obras de Britten fue el tenor inglés Peter Neville Luard Pears, quien conoció a Britten en 1934, cuando era miembro de los BBC Singers.  Muchas obras de Britten contienen papeles de tenor escritos específicamente para Pears. Pears fue co-libretista de El sueño de una noche de verano.

La voz del tenor fue muy controvertida. La calidad vocal era inusual, descrita como «seca»  «blanca». Se decía que tenía, el Mi natural una tercera por encima del Do medio, y  por eso el aria crucial de Peter Grimes, «Now the Great Bear and Pleiades», está escrita en su mayor parte en esa nota. No era una voz que quedara bien en las grabaciones, pero no hay duda de que tenía una articulación inusualmente buena y gran agilidad vocal, de las cuales se aprovechó Britten. Fue un celebrado intérprete de Lieder de Schubert, y un destacado Evangelista en las pasiones  de Juan Sebastián Bach.

 Debutó en el Metropolitan Opera en octubre de 1974 como Aschenbach en Death in Venice. Cantó regularmente en Royal Opera House, Covent Garden y en los principales teatros de ópera de Europa y los Estados Unidos. Su registro como Altoum, el emperador de China padre de Turandot quedó registrada para la posteridad en una grabación junto a  otras grandes estrellas (escucharlo en el podcast de  RTVE Sinfonía de la mañana (Pete y Ben) del 30/12/2020/    


1. Prólogo  (cuerno solo)

2. Pastoral

El día ha envejecido; el sol que se desvanece sólo

tiene un pequeño camino para correr,

y sin embargo, sus corceles, con toda su habilidad,

apenas arrastran el carro colina abajo.

Las sombras ahora crecen tanto tiempo,

que se muestran zarzas como altos cedros;

Molehills parecen montañas, y la hormiga

aparece como un elefante monstruoso.

Un rebaño muy pequeño,

sombrea tres veces el suelo que se alimenta;

Mientras el pequeño joven que los sigue,

aparece un poderoso Polifema.

Y ahora en los bancos todos están sentados,

en el aire fresco para sentarse y charlar,

hasta que Phoebus, sumergiéndose en el oeste,

Conducirá al mundo por el camino del descanso.

Charles Cotton (1630-1687)

3. Nocturne

El esplendor cae sobre los muros del castillo

Y las cumbres nevadas de historia antigua:

La luz larga se sacude a través de los lagos,

Y la catarata salvaje salta en gloria:

Soplar, corneta, soplar, hacer volar los ecos salvajes, Soplo de corneta;

respuesta, ecos, muriendo, muriendo, muriendo.

¡Oh, escucha, oh, cuán delgado y claro,

y más delgado, más claro, más lejos!

Oh dulce y lejos de acantilados y cicatrices ¡

Los cuernos del País de los Elfos sonando débilmente!

Sopla, oigamos la respuesta de los cañadas purpúreas:

Clarín, soplo; respuesta, ecos, respuesta, muriendo, muriendo, muriendo.

Oh amor, mueren en ese cielo rico, se

desmayan en la colina o en el campo o en el río:

Nuestros ecos pasan de alma en alma

y crecen por los siglos de los siglos.

Soplar, corneta, soplar, hacer volar los ecos salvajes;

Y responde, hace eco, responde, muriendo, muriendo, muriendo.

Alfred, Lord Tennyson (1809–1892)

4. Elegía

Oh Rose, estás enferma;

El gusano invisible

que vuela en la noche,

en la tormenta aullante,

ha descubierto tu lecho

de alegría carmesí;

Y su amor oscuro y secreto

destruye tu vida.

 William Blake (1757-1827)

5. Dirge

Esta noche y esta noche,

cada noche y cada noche,

fuego, veloz y luz de velas,

y Christe recibe tu saule.

Cuando tú de aquí lejos hayas pasado,

cada noche y cada noche,

a Whinnymuir llegarás por fin;

Y Christe recibe tu saule.

Si alguna vez das hos’n y shoon,

todas las noches y todas,

siéntate y póntelos ;

Y Christe recibe tu saule.

Si hos’n y shoon nunca dijiste nane

Cada noche y todos,

Los llorones te pinchan hasta la ruina desnuda;

Y Christe recibe tu saule.

De Whinnymuir, cuando puedas pasar,

todas las noches y todas las noches,

a Brig o ‘Dread vienes por fin;

Y Christe recibe tu saule.

De Brig o ‘Dread cuando puedas pasar,

Cada noche y cada día,

Al fuego del Purgatorio llegas por fin;

Y Christe recibe tu saule.

Si alguna vez diste comida o bebida,

cada noche y cada noche,

el fuego nunca te hará encoger;

Y Christe recibe tu saule.

Si nunca diste carne o bebida,

cada noche y cada noche,

el fuego te quemará hasta la ruina;

Y Christe recibe tu saule.

Esta noche y esta noche,

cada noche y cada noche,

fuego, veloz y luz de velas,

y Christe recibe tu saule.

Lyke Wake Dirge, Anónimo (siglo XV)

6. Himno

Reina y cazadora, casta y hermosa,

Ahora el sol se ha puesto a dormir,

Sentado en tu silla de plata,

Mantén el estado de la manera habitual:

Hesperus suplica tu luz,

Diosa excelentemente brillante.

Tierra, no dejes que tu envidiosa sombra se

atreva a interponerse;

El orbe brillante de Cynthia se hizo del

cielo para aclararse cuando el día cerró:

Bendícenos entonces con la vista deseada,

Diosa excelentemente brillante.

Extiende tu arco de perlas

y tu aljaba resplandeciente de cristal;

Dale al ciervo volador

Espacio para respirar, cuán corto es siempre:

Tú que haces un día de noche,

Diosa excelentemente brillante.

Ben Jonson (1572-1637)

7. Soneto

¡Oh dulce embalsamador de la tranquila medianoche, que

cierras con dedos cuidadosos y benignos

nuestros ojos lúgubremente complacidos, embalsamados por la luz,

ensombrecidos por el olvido divino!

¡Oh dulce sueño! si así te place, cierra

en medio de este canto tuyo mis ojos dispuestos,

o espera el “amén” antes de que tu amapola arroje

alrededor de mi cama sus caridades arrulladoras.

Entonces sálvame, o el día pasado brillará

Sobre mi almohada, engendrando muchos dolores,

Sálvame de la Conciencia curiosa, que todavía domina

Su fuerza para las tinieblas, excavando como un topo;

Gira la llave hábilmente en las salas aceitosas

y sella el cofre silencioso de mi alma.

John Keats (1795-1821)

8. Epílogo

(cuerno solo – fuera del escenario)

Los Nibelungos de Fritz Lang

En 1924 filmó Fritz Lang las dos partes de Los nibelungos: Sigfrido y La venganza de Crimilda. Las películas eran mudas, pero siempre tuvieron un acompañamiento musical en vivo, por lo que el cine realizaba la obra de arte total soñada por Wagner: todas las artes reunidas en un solo espectáculo. Es difícil hallar significación al film de Lang, sin tomar en cuenta la partitura que Gottfried Huppertz compuso para el estreno en Alemania, en 1924.

Lang y Thea von Harbou, entonces su esposa y libretista, acudieron a las fuentes, del medieval Nibelungen Nôt, y no usar las Eddas islandesas como Wagner. Las diferencias entre las epopeyas operática y la fílmica son complejas. El crítico de cine Willy Haas lo hizo en un artículo de Film Kurier (15 de febrero de 1924) y Norbert Grob en la biografía de Lang.

Un punto de partida para la comparación es la estructura de ambas historias. Wagner hace un relato cósmico pesimista en el cual los dioses son incapaces de gobernar el mundo y los hombres, de enderezar la divina torcedura, por lo cual la historia de ambas estirpes, embrollada por los inmiscuidos nibelungos, conduce a la catástrofe y todo vuelve a empezar cuando termina. El protagonista del asunto es Wotan, el que construye la mansión divina al comienzo y manda encender la encina del mundo al final, cuando todo se torna fuego y ceniza. Lang, por el contrario, centra la historia no en un dios sino en un hombre, Sigfrido, víctima de la envidia del enemigo y vengado finalmente, no por un ser semidivino, una valquiria, sino por una mujer humana. La lectura paralela da un resultado curioso.

Wagner hizo una epopeya pesimista cuando se refundaba el imperio alemán y se convertía en el gran terrorista de Europa. Lang, después de una guerra desastrosamente perdida por los alemanes, cuenta la vieja épica en clave de drama humano moderno. El hombre vence al dragón, al monstruo sobrenatural, y la mujer hace justicia.
Cinematográficamente Lang trabajo la imagen en función de cuatro espacios diferenciados: el ascético mundo de Worms, la libertad bucólica de Sigfrido, la dureza de roca del mundo de Brunilda y el desordenado establo de Atila y los hunos. La utilización de los planos (con cámara fija) tiene que ver con la intensidad dramática de las descripciones colectivas y paisajísticas o con los rostros y el ritmo. Para muchos elementos visuales Lang se inspiró en una edición de un resumen del Cantar de los Nibelungos, ilustrada por el modernista vienés Cari Otto Czeschka (Keim & Czeschka 1909). También la tipografía utilizada para los intertítulos. Lang somete a reflexión y reelaboración sistemáticas todos esos préstamos.

La composición de Huppertz para Los Nibelungos consiguió unir íntimamente música e imágenes, creando una coreografía de luz, ritmo y movimiento con efectos impresionantes. Alcanza cimas de cálido romanticismo, para algunos, reminiscencia de un Richard Strauss postromántico, y un muy adelantado sentido del acompañamiento musical para películas, anticipatorio del del trabajo futuro de Bernard Herrmann, gran creador de partituras para el cine que no se hubiera opuesto a esta influencia.

Recomendamos ver en el programa Días de Cine emitido el 8 de enero 2021 por RTVE el reportaje Música y cine, en el que el músico Nacho de Paz guía al espectador por todo un universo sonoro y emocional de Los Nibelungos, de Lang.

El músico comenta films favoritos relacionados con la música: Del director Kubrick, El Resplandor (De Ligeti: Montaño; El despertad de Jacob; Utenja-Evangelio; De Natura Sonoris No.1 y 2, Polyphponia) y de Ligeti, su Réquiem. Pondera mucho el film de Tony Scott, El Ansia. Que en su banda sonora registra el Andante con moto del Trio en Mi bemol mayor, Op. 100 D 929 de Schubert; el Preludio de la Suite para cello No.1 en Sol mayor, BBVA 1007 y la Gavota y rondo de la Partita para violín No. 3, BWV 1006, de Bach, y el arreglo para piano y voz del dúo de las flores de la ópera Lakmé.

Fundación Juan March
La ambiciosa recreación del poema épico germano del siglo XIII que realizara en dos partes el director austro-húngaro Fritz Lang en 1924, se proyectó en el ciclo de cine mudo dedicado a las adaptaciones literarias, ver en www.march.es


Cortázar, Instrucciones de montaje

Los museos son como la morgue, a la que uno va a reconocer a los amigos (1). Anotación de Cortázar encontrada al revisar libros de su última Biblioteca donada a la Fundación Juan March.


No dejamos de regocijarnos de la constante inventiva de la cultura española para enfrentar y resolver exitosamente los constantes retos y desafíos que nuestra época actual plantea. a lo hemos comentado en el caso de RTVE y sus canales, en especial el Canal Clásico. Ahora le ha tocado el turno a la Fundación Juan March, cuyas conferencias y conciertos han sido una constante fuente de aprendizaje para nosotros. Rastreando las actividades de la fundación encontramos a la periodista Lara Síscar presentando el nuevo episodio de la serie «La cara B», que con el título Cortázar: instrucciones de montaje, recorre las notaciones del escritor argentino en su biblioteca personal, alojada en la Fundación Juan March. Lo hace con la ayuda de Paz Fernández, directora de la Biblioteca/Centro de Apoyo a la Investigación de la Fundación, el director teatral José Sanchis Sinisterra y el director del documental, Adriano Morán.

Nuestra más entusiasta invitación a que busquen en internet a la Fundación y disfruten de sus actividades – conferencias- desde 1975-, conciertos, publicaciones descargables, etc.-

Nota 1.-Jean Cocteau dijo alguna vez que el Museo de Louvre era una morgue a la que se iba a reconocer a los amigos. Pablo Picasso se refería a los museos como lugares convertidos en cosas insignificantes y ridículas. El escritor D. H. Lawrence decía que eran lecciones manipuladas para ilustrar las teorías equivocadas de los arqueólogos, y Lewis H. Lapham, editor durante varios años de la revista Harper’s Magazine, decía que nunca podía pasar por el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York sin pensar en él no como una galería de retratos vivos, sino como un cementerio de la riqueza deducible de impuestos. Como puede verse, los museos no gozan de mucha popularidad o respeto… entre los propios creadores, como Damien Hirst, quien dice que son para artistas muertos.

De la estrecha relación del escritor con la música hemos seleccionado el siguiente cuento

Las ménades
Final del juego, 1956. Julio Cortázar

Alcanzándome un programa impreso en papel crema, Don Pérez me condujo a mi platea. Fila nueve, ligeramente hacia la derecha: el perfecto equilibrio acústico. Conozco bien el teatro Corona y sé que tiene caprichos de mujer histérica. A mis amigos les aconsejo que no acepten jamás fila trece, porque hay una especie de pozo de aire donde no entra la música; ni tampoco el lado izquierdo de las tertulias, porque al igual que en el Teatro Comunale de Florencia, algunos instrumentos dan la impresión de apartarse de la orquesta, flotar en el aire, y es así como una flauta puede ponerse a sonar a tres metros de uno mientras el resto continúa correctamente en la escena, lo cual será pintoresco pero muy poco agradable.

Le eché una mirada al programa. Tendríamos El sueño de una noche de verano, Don Juan, El mar y la Quinta sinfonía. No pude menos de reírme al pensar en el Maestro. Una vez más el viejo zorro había ordenado su programa de concierto con esa insolente arbitrariedad estética que encubría un profundo olfato psicológico, rasgo común en los régisseurs de music-hall, los virtuosos de piano y los match-makers de lucha libre. Sólo yo de puro aburrido podía meterme en un concierto donde después de Strauss, Debussy, y sobre el pucho Beethoven contra todos los mandatos humanos y divinos. Pero el Maestro conocía a su público, armaba conciertos para los habitués del teatro Corona, es decir gente tranquila y bien dispuesta que prefiere lo malo conocido a lo bueno por conocer, y que exige ante todo profundo respeto por su digestión y su tranquilidad.

Con Mendelssohn se pondrían cómodos, después el Don Juan generoso y redondo, con tonaditas silbables. Debussy los haría sentirse artistas, porque no cualquiera entiende su música. Y luego el plato fuerte, el gran masaje vibratorio beethoveniano, así llama el destino a la puerta, la V de la victoria, el sordo genial, y después volando a casa que mañana hay un trabajo loco en la oficina.
En realidad yo le tenía un enorme cariño al Maestro, que nos trajo buena música a esta ciudad sin arte, alejada de los grandes centros, donde hace diez años no se pasaba de La Traviata y la obertura de El Guaraní. El Maestro vino a la ciudad contratado por un empresario decidido, y armó esta orquesta que podía considerarse de primera línea. Poco a poco nos fue soltando Brahms, Mahler, los impresionistas, Strauss y Mussorgski.

Al principio los abonados le gruñeron y el Maestro tuvo que achicar las velas y poner muchas “selecciones de ópera” en los programas; después empezaron a aplaudirle el Beethoven duro y parejo que nos plantaba, y al final lo ovacionaron por cualquier cosa, por sólo verlo, como ahora que su entrada estaba provocando un entusiasmo fuera de lo común. Pero a principios de temporada la gente tiene las manos frescas, aplaude con gusto, y además todo el mundo lo quería al Maestro que se inclinaba secamente, sin demasiada condescendencia, y se volvía a los músicos con su aire de jefe de brigantes.
Yo tenía a mi izquierda a la señora de Jonatán, a quien no conozco mucho pero que pasa por melómana, y que sonrosadamente me dijo:
-Ahí tiene, ahí tiene a un hombre que ha conseguido lo que pocos. No sólo ha formado una orquesta sino un público. ¿No es admirable?
-Sí -dije yo con mi condescendencia habitual.
-A veces pienso que debería dirigir mirando hacia la sala, porque también nosotros somos un poco sus músicos.
-No me incluya, por favor -dije-. En materia de música tengo una triste confusión mental. Este programa, por ejemplo, me parece horrendo. Pero sin duda me equivoco.

La señora de Jonatán me miró con dureza y desvió el rostro, aunque su amabilidad pudo más y la indujo a darme una explicación.
-El programa es de puras obras maestras, y cada una ha sido solicitada especialmente por cartas de admiradores.
¿No sabe que el Maestro cumple esta noche sus bodas de plata con la música? ¿Y que la orquesta festeja los cinco años de formación? Lea al dorso del programa, hay un articulo tan delicado del doctor Palacín.

Leí el artículo del doctor Palacín en el intervalo, después de Mendelssohn y Strauss que le valieron al Maestro sendas ovaciones. Paseándome por el foyer me pregunté una o dos veces si las ejecuciones justificaban semejantes arrebatos de un público que, según me consta, no es demasiado generoso. Pero los aniversarios son las grandes puertas de la estupidez, y presumí que los adictos del Maestro no eran capaces de contener su emoción.
En el bar encontré al doctor Epifanía con su familia, y me quedé a charlar unos minutos. Las chicas estaban rojas y excitadas, me rodearon como gallinitas cacareantes (hacen pensar en volátiles diversos) para decirme que Mendelssohn había estado bestial, que era una música como de terciopelo y de gasas, y que tenía un romanticismo divino. Uno podría quedarse toda la vida oyendo el nocturno, y el scherzo estaba tocado como por manos de hadas. A la Beba le gustaba más Strauss porque era fuerte, verdaderamente un Don Juan alemán, con esos cornos y esos trombones que le ponían carne de gallina -cosa que me resultó sorprendentemente literal. El doctor Epifanía nos escuchaba con sonriente indulgencia.

-¡Ah, los jóvenes! Bien se ve que ustedes no escucharon tocar a Risler, ni dirigir a von Bülow. Esos eran los grandes tiempos. Las chicas lo miraban furiosas. Rosarito dijo que las orquestas estaban mucho mejor dirigidas que cincuenta años atrás, y la Beba negó a su padre todo derecho a disminuir la calidad extraordinaria del Maestro.

-Por supuesto, por supuesto -dijo el doctor Epifanía-. Considero que el Maestro está genial esta noche.
¡Qué fuego, qué arrebato! Yo mismo hacía años que no aplaudía tanto. Y me mostró dos manos con las que se hubiera dicho que acababa de aplastar una remolacha. Lo curioso es que hasta ese momento yo había tenido la impresión contraria, y me parecía que el Maestro estaba en una de esas noches en que el hígado le molesta y él opta por un estilo escueto y directo, sin prodigarse mucho. Pero debía ser el único que pensaba así, porque Cayo Rodríguez casi me saltó al pescuezo al descubrirme, y me dijo que el Don Juan había estado brutal y que el Maestro era un director increíble.

-¿Vos no viste ese momento en el scherzo de Mendelssohn cuando parece que en vez de una orquesta son como susurros de voces de duendes?
-La verdad -dije yo- es que primero tendría que enterarme de cómo son las voces de los duendes.
-No seas bruto -dijo Cayo enrojeciendo, y vi que me lo decía sinceramente rabioso-. ¿Cómo no sos capaz de captar eso? El Maestro está genial, che, dirige como nunca. Parece mentira que seas tan coriáceo.
Guillermina Fontán venía presurosa hacia nosotros. Repitió todos los epítetos de las chicas de Epifanía, y ella y Cayo se miraron con lágrimas en los ojos, conmovidos por esa fraternidad en la admiración que por un momento hace tan buenos a los humanos. Yo los contemplaba con asombro, porque no me explicaba del todo un entusiasmo semejante; cierto que no voy todas las noches a los conciertos como ellos, y que a veces me ocurre confundir Brahms con Brückner y viceversa, lo que en su grupo sería considerado como de una ignorancia inapelable. De todas maneras esos rostros rubicundos, esos cuellos transpirados, ese deseo latente de seguir aplaudiendo aunque fuera en el foyer o en el medio de la calle, me hacían pensar en las influencias atmosféricas, la humedad o las manchas solares, cosas que suelen afectar los comportamientos humanos. Me acuerdo de que en ese momento pensé si algún gracioso no estaría repitiendo el memorable experimento del doctor Ox para incandescer al público. Guillermina me arrancó de mis cavilaciones sacudiéndome del brazo con violencia (apenas nos conocemos).

-Y ahora viene Debussy -murmuró excitadísima-. Esa puntilla de agua, La Mer.
-Será magnifico escucharla -dije, siguiéndole la corriente marina.
-¿Usted se imagina cómo la va a dirigir el Maestro?
-Impecablemente -estimé, mirándola para ver cómo juzgaba mi advertencia.
Pero era evidente que Guillermina esperaba más fuego, porque se volvió a Cayo que bebía soda como un camello sediento y los dos se entregaron a un cálculo beatífico sobre lo que sería el segundo tiempo de Debussy, y la fuerza grandiosa que tendría el tercero. Me fui de ronda por los pasillos, volví al foyer, y en todas partes era entre conmovedor e irritante ver el entusiasmo del público por lo que acababa de escuchar. Un enorme zumbido de colmena alborotada incidía poco a poco en los nervios, y yo mismo acabé sintiéndome un poco febril y dupliqué mi ración habitual de soda Belgrano. Me dolía un poco no estar del todo en el juego, mirar a esa gente desde fuera, a lo entomólogo. Qué le iba a hacer, es una cosa que me ocurre siempre en la vida, y casi he llegado a aprovechar esta aptitud para no comprometerme en nada.
Cuando volví a la platea todo el mundo estaba ya en su sitio, y molesté a la entera fila para alcanzar mi butaca. Los músicos entraban desganadamente a escena, y me pareció curioso cómo la gente se había instalado antes que ellos, ávida de escuchar. Miré hacia el paraíso y las galerías altas; una masa negra, como moscas en un tarro de dulce. En las tertulias, más separadas, los trajes de los hombres daban la impresión de bandadas de cuervos; algunas linternas eléctricas se encendían y apagaban, los melómanos provistos de partituras ensayaban sus métodos de iluminación. La luz de la gran lucerna central bajó poco a poco, y en la oscuridad de la sala oí levantarse los aplausos que saludaban la entrada del Maestro. Me pareció curiosa esa sustitución progresiva de la luz por el ruido, y cómo uno de mis
sentidos entraba en juego justamente cuando el otro se daba al descanso. A mi izquierda la señora de Jonatán batía palmas con fuerza, toda la fila aplaudía cerradamente; pero a la derecha, dos o tres plateas más allá, vi a un hombre que se estaba inmóvil, con la cabeza gacha. Un ciego, sin duda; adiviné el brillo del bastón blanco, los anteojos inútiles. Sólo él y yo nos negábamos a aplaudir y me atrajo su actitud. Hubiera querido sentarme a su lado, hablarle: alguien que no aplaudía esa noche era un ser digno de interés. Dos filas más adelante, las chicas de Epifanía se rompían las manos, y su padre no se quedaba atrás. El Maestro saludó brevemente, mirando una o dos veces hacia arriba, de donde el ruido
bajaba como rolidos para encontrarse con el de la platea y los palcos. Me pareció verle un aire entre interesado y perplejo; su oído debía estarle mostrando la diferencia entre un concierto ordinario y el de unas bodas de plata: Ni qué decir que La Mer le valió una ovación apenas algo menor que la obtenida con Strauss, cosa por lo demás comprensible. Yo mismo me dejé atrapar por el último movimiento, con sus fragores y sus inmensos vaivenes sonoros, y aplaudí hasta que me dolieron las manos. La señora de Jonatán lloraba.

-Es tan inefable -murmuró volviendo hacia mí un rostro que parecía salir de la lluvia-. Tan
increíblemente inefable…
El Maestro entraba y salía, con su destreza elegante y su manera de subir al podio como quien va a abrir un remate. Hizo levantarse a la orquesta, y los aplausos y los bravos redoblaron. A mi derecha, el ciego aplaudía suavemente, cuidándose las manos, era delicioso ver con qué parsimonia contribuía al homenaje popular, la cabeza gacha, el aire recogido y casi ausente. Los “¡bravo!”, que resuenan siempre aisladamente y como expresiones individuales, restallaban desde todas direcciones. Los aplausos habían
empezado con menos violencia que en la primera parte del concierto, pero ahora que la música quedaba olvidada y que no se aplaudía Don Juan ni La Mer (o mejor, sus efectos), sino solamente al Maestro y al sentimiento colectivo que envolvía la sala, la fuerza de la ovación empezaba a alimentarse a sí misma, crecía por momentos y se tornaba casi insoportable. Irritado, miré hacia la izquierda; vi a una mujer vestida de rojo que corría aplaudiendo por el centro de la platea, y que se detenía al pie del podio, prácticamente a los pies del Maestro. Al inclinarse para saludar otra vez, el Maestro se encontró con la señora de rojo a tan poca distancia que se enderezó sorprendido. Pero de las galerías altas venía
un fragor que lo obligó a alzar la cabeza y saludar, como raras veces lo hacía, levantando el brazo izquierdo. Aquello exacerbó el entusiasmo, y a los aplausos se agregaban truenos de zapatos batiendo el piso de las tertulias y los palcos. Realmente era una exageración.
No había intervalo, pero el Maestro se retiró a descansar dos minutos, y yo me levanté para ver mejor la sala. El calor, la humedad y la excitación habían convertido a la mayoría de los asistentes en lamentables langostinos sudorosos. Cientos de pañuelos funcionaban como olas de un mar que grotescamente prolongaba el que acabábamos de oír. Muchas personas corrían hacia el foyer, para tragar a toda velocidad una cerveza o una naranjada. Temerosos de perder algo, retornaban a punto de tropezarse con otros que salían, y en la puerta principal de la platea había una confusión considerable. Pero no se producían altercados, la gente se sentía de una bondad infinita, era más bien como un gran reblandecimiento sentimental en que todos se encontraban fraternalmente y se reconocían. La señora de Jonatán, demasiado gorda para maniobrar en su platea, alzaba hasta mí, siempre de pie, un rostro extrañamente semejante a un rabanito. “Inefable”, repetía. “Tan inefable”.
Casi me alegré de que volviera el Maestro, porque aquella multitud de la que yo formaba parte inexcusablemente me daba entre lástima y asco. De toda esa gente, los músicos y el Maestro parecían los únicos dignos. Y además el ciego a pocas plateas de la mía, rígido y sin aplaudir, con una atención exquisita y sin la menor bajeza.

-La Quinta -me humedeció en la oreja la señora de Jonatán-. El éxtasis de la tragedia.
Pensé que era más bien un título para película, y cerré los ojos. Tal vez buscaba en ese instante asimilarme al ciego, al único ser entre tanta cosa gelatinosa que me rodeaba. Y cuando veía ya pequeñas luces verdes cruzando mis párpados como golondrinas, la primera frase de La Quinta me cayó encima como una pala de excavadora, obligándome a mirar. El Maestro estaba casi hermoso, con su rostro fino y avizor, haciendo despegar la orquesta que zumbaba con todos sus motores. Un gran silencio se había hecho en la sala, sucediendo fulminantemente a los aplausos; hasta creo que el Maestro soltó la
máquina antes de que terminaran de saludarlo. El primer movimiento pasó sobre nuestras cabezas con sus fuegos de recuerdo, sus símbolos, su fácil e involuntaria pega-pega. El segundo, magníficamente dirigido, repercutía en una sala donde el aire daba la impresión de estar incendiado pero con un incendio que fuera invisible y frío, que quemara de dentro afuera. Casi nadie oyó el primer grito porque fue ahogado y corto, pero como la muchacha estaba justamente delante de mí, su convulsión me sorprendió y al mismo tiempo la oí gritar, entre un gran acorde de metales y maderas. Un grito seco y breve como de espasmo amoroso o de histeria. Su cabeza se dobló hacia atrás, sobre esa especie de raro unicornio de bronce que tienen las plateas del Corona, y al mismo tiempo sus pies golpearon furiosamente el suelo mientras las personas a su lado la sujetaban por los brazos. Arriba, en la primera fila de tertulia, oí otro grito, otro golpe en el suelo. El Maestro cerró el segundo tiempo y soltó directamente el tercero; me pregunté si un director puede escuchar un grito de la platea, atrapado como está por el primer plano sonoro de la orquesta. La muchacha de la butaca delantera se doblaba ahora poco a poco y alguien (quizá su madre) la sostenía siempre de un brazo. Yo hubiera querido ayudar, pero menudo lío es meterse en las cosas de la fila de adelante, en pleno concierto y con gentes desconocidas. Quise decirle algo a la señora de Jonatán, por aquello de que las mujeres son las indicadas para atender esa clase de ataques, pero estaba con los ojos fijos en la espalda del Maestro, perdida en la música; me pareció que algo le brillaba debajo de la boca, en la barbilla. De golpe dejé de ver al Maestro, porque la rotunda espalda de un señor de smoking se enderezaba en la fila delantera. Era muy raro que alguien se levantara a mitad del movimiento, pero también eran raros esos gritos y la indiferencia de la gente ante la muchacha histérica. Algo como una mancha roja me obligó a mirar hacia el centro de la platea, y nuevamente vi a la señora que en el intervalo había corrido a aplaudir al pie del podio. Avanzaba lentamente, yo hubiera dicho que agazapada aunque su cuerpo se mantenía erecto, pero era más bien el tono de su marcha, un avance a pasos lentos, hipnóticos, como quien se prepara a dar un salto. Miraba fijamente al Maestro, vi por un instante la lumbre emocionada de sus ojos. Un
hombre salió de las filas y se puso a andar tras ella; ahora estaban a la altura de la quinta fila y otras tres personas se les agregaban. La música concluía, saltaban los primeros grandes acordes finales desencadenados por el Maestro con espléndida sequedad, como masas escultóricas surgiendo de una sola vez, altas columnas blancas y verdes, un Karnak de sonido por cuya nave avanzaban paso a paso la mujer roja y sus seguidores.

Entre dos estallidos de la orquesta oí gritar otra vez, pero ahora el clamor venía de uno de los palcos de la derecha. Y con él los primeros aplausos, sobre la música, incapaces de retenerse por más tiempo, como si en ese jadeo de amor que venían sosteniendo el cuerpo masculino de la orquesta con la enorme hembra de la sala entregada, ésta no hubiera querido esperar el goce viril y se abandonara a su placer entre retorcimientos quejumbrosos y gritos de insoportable voluptuosidad. Incapaz de moverme en mi
butaca, sentía a mis espaldas como un nacimiento de fuerzas, un avance paralelo al avance de la mujer de rojo y sus seguidores por el centro de la platea, que llegaban ya bajo el podio en el preciso momento en que el Maestro, igual a un matador que envaina su estoque en el toro, metía la batuta en el último muro de sonido y se doblaba hacia adelante, agotado, como si el aire vibrante lo hubiese corneado con el impulso final. Cuando se enderezó la sala entera estaba de pie y yo con ella, y el espacio era un vidrio instantáneamente trizado por un bosque de lanzas agudísimas, los aplausos y los gritos confundiéndose en una materia insoportablemente grosera y rezumante pero llena a la vez de una cierta grandeza,
como una manada de búfalos a la carrera o algo por el estilo. De todas partes confluía el público a la platea, y casi sin sorpresa vi a dos hombres saltar de los palcos al suelo. Gritando como una rata pisoteada la señora de Jonatán había podido desencajarse de su asiento, y con la boca abierta y los brazos tendidos hacia la escena vociferaba su entusiasmo. Hasta ese instante el Maestro había permanecido de espaldas, casi desdeñoso, mirando a sus músicos con probable aprobación. Ahora se dio vuelta, lentamente, y bajó la cabeza en su primer saludo. Su cara estaba muy blanca, como si la
fatiga lo venciera, y llegué a pensar (entre tantas otras sensaciones, trozos de pensamientos, ráfagas instantáneas de todo lo que me rodeaba en ese infierno del entusiasmo) que podía desmayarse. Saludó por segunda vez, y al hacerlo miró a la derecha donde un hombre de smoking y pelo rubio acababa de saltar al escenario seguido por otros dos. Me pareció que el Maestro iniciaba un movimiento como para descender del podio, pero entonces reparé en que ese movimiento tenía algo de espasmódico, como de
querer librarse. Las manos de la mujer de rojo se cerraban en su tobillo derecho; tenía la cara alzada hacia el Maestro y gritaba, al menos yo veía su boca abierta y supongo que gritaba como los demás, probablemente como yo mismo. El Maestro dejó caer la batuta y se esforzó por soltarse, mientras decía algo imposible de escuchar. Uno de los seguidores de la mujer le abrazaba ya la otra pierna, desde la rodilla, y el Maestro se volvía hacia su orquesta como reclamando auxilio. Los músicos estaban de pie, en una enorme confusión de instrumentos, bajo la luz cegadora de las lámparas de escena. Los atriles
caían como espigas a medida que por los dos lados del escenario subían hombres y mujeres de la platea, al punto que ya no podía saber quiénes eran músicos o no. Por eso el Maestro, al ver que un hombre trepaba por detrás del podio, se agarró de él para que lo ayudara a arrancarse de la mujer y sus seguidores que le cubrían ya las piernas con las manos, y en ese momento se dio cuenta de que el hombre no era uno de sus músicos y quiso rechazarlo, pero el otro lo abrazó por la cintura, vi que la mujer de rojo abría los brazos como reclamando, y el cuerpo del Maestro se perdió en un vórtice de gentes que lo envolvían y se lo llevaban amontonadamente. Hasta ese instante yo había mirado todo
con una especie de espanto lúdico, por encima o por debajo de lo que estaba ocurriendo, pero en el mismo momento me distrajo un grito agudísimo a mi derecha y vi que el ciego se había levantado y revolvía los brazos como aspas, clamando, reclamando, pidiendo algo. Fue demasiado, entonces ya no pude seguir asistiendo, me sentí partícipe mezclado en ese desbordar del entusiasmo y corrí a mi vez hacia el escenario y salté por un costado, justamente cuando una multitud delirante rodeaba a los violinistas, les quitaba los instrumentos (se los oía crujir y reventarse como enormes cucarachas marrones) y empezaba a tirarlos del escenario a la platea, donde otros esperaban a los músicos para
abrazarlos y hacerlos desaparecer en confusos remolinos. Es muy curioso pero yo no tenía ningún deseo de contribuir a esas demostraciones, solamente estar al lado y ver lo que ocurría, sobrepasado por ese homenaje inaudito. Me quedaba suficiente lucidez como para preguntarme por qué los músicos no escapaban a toda carrera por entre bambalinas, y en seguida vi que no era posible porque legiones de oyentes habían bloqueado las dos alas del escenario, formando un cordón móvil que avanzaba pisoteando los instrumentos, haciendo volar los atriles, aplaudiendo y vociferando al mismo tiempo, en un estrépito tan monstruoso que ya empezaba a asemejarse al silencio. Vi correr hacia mí un tipo gordo
que traía su clarinete en la mano, y estuve tentado de agarrarlo al pasar o hacerle una zancadilla para que el público pudiera atraparlo. No me decidí, y una señora de rostro amarillento y gran escote donde galopaban montones de perlas me miró con odio y escándalo al pasar a mi lado y apoderarse del clarinetista que chilló débilmente y trató de proteger su instrumento. Se lo quitaron entre dos hombres, y el músico tuvo que dejarse llevar del lado de la platea donde la confusión alcanzaba su pleno.
Los gritos sobrepujaban ahora a los aplausos, la gente estaba demasiado ocupada abrazando y palmeando a los músicos para poder aplaudir, de modo que la calidad del estrépito iba virando a un tono cada vez más agudo, roto aquí y allá por verdaderos alaridos entre los que me pareció oír algunos con ese color especialísimo que da el sufrimiento, tanto que me pregunté si en las carreras y en los saltos no habría tipos quebrándose los brazos y las piernas, y a mi vez me tiré de vuelta a la platea ahora que el escenario estaba vacío y los músicos en posesión de sus admiradores que los llevaban en todas direcciones, parte hacia los palcos, donde confusamente se adivinaban movimientos y revuelos, parte
hacia los estrechos pasillos que lateralmente conducen al foyer. Era de los palcos de donde venían los clamores más violentos como si los músicos, incapaces de resistir la presión y el ahogo de tantos brazos, pidieran desesperadamente que los dejaran respirar. La gente de las plateas se amontonaba frente a las aberturas de los palcos balcón, y cuando corrí por entre las butacas para acercarme a uno de ellos la confusión parecía mayor, las luces bajaron bruscamente y se redujeron a una lumbre rojiza que apenas permitía ver las caras, mientras los cuerpos se convertían en sombras epilépticas, en un amontonamiento de volúmenes informes tratando de rechazarse o confundirse unos con otros. Me
pareció distinguir la cabellera plateada del Maestro en el Segundo palco de mi lado, pero en ese instante mismo desapareció como si lo hubieran hecho caer de rodillas. A mi lado oí un grito seco y violento, y vi a la señora de Jonatán y a una de las chicas de Epifanía precipitándose hacia el palco del Maestro, porque ahora yo estaba seguro de que en ese palco estaba el Maestro rodeado de la mujer vestida de rojo y sus seguidores. Con una agilidad increíble la señora de Jonatán puso un pie entre las dos manos de la chica de Epifanía, que cruzaba los dedos para hacerle un estribo, y se precipitó de cabeza en el
interior del palco. La chica de Epifanía me miró, reconociéndome, y me gritó algo, probablemente que la ayudara a subir, pero no le hice caso y me quedé a distancia del palco, poco dispuesto a disputarles su derecho a individuos absolutamente enloquecidos de entusiasmo, que se batían entre ellos a empellones. A Cayo Rodríguez, que se había distinguido en el escenario por su encarnizamiento en hacer bajar los músicos a la platea, acababan de partirle la nariz de una trompada, y andaba titubeando de un lado a otro con la cara cubierta de sangre. No me dio la menor lástima, ni tampoco ver al ciego arrastrándose por el suelo, dándose contra las plateas, perdido en ese bosque simétrico sin puntos de
referencia. Ya no me importaba nada, solamente saber si los gritos iban a cesar de una vez porque de los palcos seguían saliendo gritos penetrantes que el público de la platea repetía y coreaba incansable, mientras cada uno trataba de desalojar a los demás y meterse por algún lado en los palcos. Era evidente que los pasillos exteriores estaban atiborrados, pues el asalto mayor se daba desde la platea misma, tratando de saltar como lo había hecho la señora de Jonatán. Yo veía todo eso, y me daba cuenta de todo eso, y al mismo tiempo no tenía el menor deseo de agregarme a la confusión, de modo que mi indiferencia me producía un extraño sentimiento de culpa, como si mi conducta fuera el escándalo final
y absoluto de aquella noche. Sentándome en una platea solitaria dejé que pasaran los minutos, mientras al margen de mi inercia iba notando el decrecimiento del inmenso clamor desesperado, el debilitamiento de los gritos que al fin cesaron, la retirada confusa y murmurante de parte del público.
Cuando me pareció que ya se podía salir, dejé atrás la parte central de la platea y atravesé el pasillo que da al foyer. Uno que otro individuo se desplazaba como borracho, secándose las manos o la boca con el pañuelo, alisándose el traje, componiéndose el cuello. En el foyer vi algunas mujeres que buscaban espejos y revolvían en sus carteras. Una de ellas debía haberse lastimado porque tenía sangre en el pañuelo. Vi salir corriendo a las chicas de Epifanía; parecían furiosas por no haber llegado a los palcos, y me miraron como si yo tuviera la culpa. Cuando consideré que ya estarían afuera, eché a andar hacia la
escalinata de salida, y en ese momento asomaron al foyer la mujer vestida de rojo y sus seguidores. Los hombres marchaban detrás de ella como antes, y parecían cubrirse mutuamente para que no se viera el destrozo de sus ropas. Pero la mujer vestida de rojo iba al frente, mirando altaneramente, y cuando estuve a su lado vi que se pasaba la lengua por los labios, lenta y golosamente se pasaba la lengua por los labios que sonreían.

La sonata Arpeggione

El arpeggione era un instrumento de cuerda frotada, también conocido como guitarra-violonchelo o guitarra de amor, inventado en Viena en 1823 por Johann Georg Stauffer (1778-1853). Tenía seis cuerdas que se afinaban como una guitarra (mi-la-re-sol-si-mi), contaba con trastes en el diapasón, se sostenía entre las piernas como una viola de gamba y se tocaba con arco. El nombre de arpeggione venía dado por el supuesto de que sería más fácil realizar arpegios en este instrumento, por su afinación como una guitarra. El principal intérprete fue Vincenz Schuster, quien incluso publicó un método en 1825 para promocionar el arpeggione y extender su técnica. Es probable que una de las veladas musicales donde participaba como guitarrista, le pidiera a  Schubert una pieza para el nuevo instrumento.

La Sonata en la menor para arpeggione y piano D. 821 fue compuesta por Franz Schubert en noviembre de 1824. Es evidente que fue escrita rápidamente por el poco cuidado que muestra el manuscrito. No queda ningún documento que mencione el estreno, pero seguramente fue interpretada antes de que acabara el año 1824 en casa de Schuster, con Schubert al piano. La pieza no fue publicada en vida del compositor; la primera edición apareció en Viena en 1871 por J. P. Gotthard acompañada de una breve descripción del arpeggione, que ya había desaparecido de la escena musical, y arreglos de su parte para violín y violonchelo.
Hoy en día esta sonata suele interpretarse en las transcripciones para violonchelo, viola, contrabajo, aunque también existen para otros instrumentos. Los editores y arreglistas han tenido que lidiar con las dificultades que supone adaptar el registro y las articulaciones de un instrumento de seis cuerdas a los que solo cuentan con cuatro.

La sonata tiene tres movimientos. Inicia con un Allegro moderato (La Menor), con la exposición del tema por el piano, retomado luego por el arpeggione para dar paso al segundo tema contrastante, vivo y con aires de danza.
El arpeggione lleva el peso de la interpretación y dirige hacia el desarrollo, para luego volver a la reexposición, donde repite los temas y concluye en la misma línea que había empezado el movimiento. ​ Aparecen algunos acordes rasgados que son la muestra más evidente del lenguaje propio del instrumento, y deben adaptarse adecuadamente en los arreglos.

El segundo movimiento, Adagio (Mi Mayor), recoge un tema que recuerda a los lieder, acompañado sutilmente por el piano, pero resulta algo sencillo en comparación con el primer movimiento, y su brevedad excesiva hace que estructuralmente parezca más una introducción hacia el allegretto final al que conduce mediante la cadencia que un desarrollo del material expresivo y los recursos del instrumento.

El último movimiento, Allegretto (La Mayor), es un rondó en 2/4, que exige de nuevo gran virtuosismo y agilidad a la parte del arpeggione.

Recomendamos escuchar en el Canal Clásico de Radio Nacional de España el programa Gran Repertorio del 23 de diciembre dedicado a la Sonata Arpeggione. Hay muchas versiones de esta obra. Pau Casals, pero ignoramos si está grabada. La muy recordada Jacqueline du Pré, Yo-Yo Ma con el pianista Emanuel Ax, y desde luego, Rostropovich-Britten, de 1969, además de la Sonata Arpeggione en la versión de Rostropovich, está el quinteto de piano La Trucha, la Fantasía para piano D. 934 y otras obras estupendas de Schubert.

Existen algunas grabaciones con arpeggione que han sido realizadas por los siguientes
intérpretes: Klaus Storck y Alfons Kontarsky (1974, LP No 2533 174 en el sello Archiv Produktion). Klaus Storck toca un arpeggione atribuido a Anton Mitteis, un estudiante del inventor del instrumento, Johann Georg Stauffer; Alfons Kontarsky tocaba un fortepiano construido por Brodmann en Viena hacia 1810.

Alfred Lessing y Jozef De Beenhouwer (2000–2001, Ars Produktion FCD 368 392). Tocan con el pianoforte de la Casa Beethoven de Bonn, construido en 1824 por Conrad Graf, y con una copia hecha por Henning Aschauer de un instrumento de principios del siglo XIX construido por Stauffer o Mitteis y que se halla actualmente en la Colección de Instrumentos Musicales de la Fundación del Patrimonio Cultural Prusiano.

Gerhart Darmstadt y Egino Klepper (2005, Cavalli Records CCD 242). Nicolás Deletaille y Paul Badura-Skoda (2006–2007, Fuga Libera FUG529). Esta grabación se realizó en Florencia (Accademia Bartolomeo Cristofori) con un arpeggione construido por Benjamen La Brigue (2001) y un fortepiano de Conrad Graf – hacia 1820-.

Reflexiones 2020 -2021

 “2020 el año en que todo cambio para siempre. El año del derrumbe de la certidumbre, de la caída de tótems, hundimiento de instituciones milenarias, como el patriarcado. El año en que colapsó la idea de que somos la especie dominante y de que el mundo, la Tierra, nos pertenece por derecho propio. La idea de que volveremos a la antigua normalidad o a la nueva normalidad, ha sido el mantra de este año. Pero como todos los mantras lo que revela es nuestra ansiedad existencial, la necesidad de encontrar una nueva normalidad, entre comillas, una normalidad que nos tranquilice y que nos reafirme en nuestra neurótica y destructiva de ser los señores del Universo. 2021 representa el pistoletazo de salida de un nuevo tiempo. Tiempo más social, más solidario pero también un tiempo que nos va a imponer la obligación, la necesidad de encontrar un nuevo contrato social entre grupos humanos y la necesidad también de encontrar, de definir, de desarrollar, de construir una nueva relación con la Tierra, salvo que queramos acabar en el cubo de la basura de la evolución, como han acabado otras especies entre experimentos fracasados de la Naturaleza. No seriamos la primera especie que acaba en el cubo de la basura de la evolución. Este nuevo tiempo nace entre convulsiones, la oposición frontal y decidida del statuos quo, de aquellos que desde el poder se aferran a un pasado agonizante. Estamos entrando en una dinámica de crisis y de caos creativo que va a ser la tónica de los próximos años y sobretodo de los 12 o 24 meses. Lo que está en juego, ni más ni menos, es nuestra supervivencia como especie.”

              José Millán, Dos minutos antes de la medianoche, 9 enero 2021 vía YouTube.

Esto es lo que he aprendido de la pandemia

2020 ha sido también el año de las lecciones. Representantes de la cultura, nos cuentan las suyas. 

EL PAÍS Madrid – 09 ENE 2021

Será difícil olvidar el 2020. El coronavirus puso todo patas arriba, también en la cultura. Al parón abrupto y prolongado de todas las actividades, le siguió una reanudación extraña, marcada por las medidas de seguridad sanitaria. Ha sido un año de imágenes irrepetibles: el concierto de Bad Bunny subido a un camión en Nueva York o Alejandro Sanz cantando Corazón partío en un puente de la M-30, también espectadores de teatro en Brasil metidos en cabinas individuales de plástico para evitar contagios o calles tomadas por trabajadores de la música que están en la ruina. Hemos consultado a representantes de la cultura qué han aprendido en este tiempo.

Antonio Altarriba (autor de cómics). La toma de conciencia de nuestra vulnerabilidad. Al igual que otra mucha gente, pensaba que pestes, epidemias y miasmas formaban parte del pasado, un escenario prácticamente medieval. Después de Pasteur o de Koch parecía que estábamos al abrigo de la infección arrasadora. Y no. La covid-19 demuestra que, a pesar de nuestra visión antropocéntrica del mundo, la naturaleza no está domesticada. Temblorosos ante la evidencia de que no controlamos nuestro destino, hemos conocido la incertidumbre, el desbaratamiento de todos los planes y la fragilidad. Nuestro yo se ha empequeñecido y las circunstancias han alcanzado dimensiones monstruosas”.

John Banville (escritor). “Siempre he pensado que el restaurante era uno de los mejores inventos, y desde que llegó el virus y lo cerró he aprendido a apreciarlo aún más. Echo en falta muchas cosas en mi vida en estos momentos, pero una ausencia que me duele particularmente es ese brote de felicidad sencilla que experimento entre el primer sorbo de vino y la llegada de las cartas con el menú. ‘Oh gracias, sí, tomaré las sardinas y después la paella…”.

Juan Antonio Bayona (cineasta). “He vivido en una burbuja, en Nueva Zelanda, poniendo en pie una serie de televisión basada en El Señor de los Anillos. Mi mayor aprendizaje es que otro tipo de sociedad es posible: más igualitaria, más equilibrada y calmada. Los neozelandeses practican un modelo de vida donde las prioridades son diferentes a las nuestras y van todas en favor de la comunidad. Allí hacer y decir el mal está muy mal visto. En la política hay lugar para la discrepancia pero no para la crispación. Se vive y se aprovecha el tiempo mejor sin el ruido y la ansiedad que genera el debate político de nuestro país. En la gestión modélica que ha hecho Nueva Zelanda de la pandemia algo tienen que ver los valores de responsabilidad, confianza, contundencia y empatía con los que se han manejado”.

Calixto Bieito (director de teatro). “Me he encerrado y me he centrado en mi trabajo y mi familia. Estoy en Praga, ensayando un nuevo montaje de Katia Kabanová, de Janáceck, y concentrarme en ello me ayuda a evadirme. Uno de los proyectos que han quedado pospuestos para mí ha sido El anillo del Nibelungo de Wagner, que iba a hacer en la ópera de París. Para concebirlo me ayudó mucho el libro La nueva edad oscura, de James Bridle. En él sostiene que este mundo que estábamos creando y que ha quedado interrumpido por la pandemia estaba subvirtiendo el orden natural de las cosas, justo lo que ocurrió cuando Alberich sustrajo el oro del Rin y provocó el caos. El mismo de hoy: un caos en el medio ambiente, un caos en el que tiene que ver la tecnología galopante, que nos arrolla y nos supera y somos incapaces de controlar”.

Sheila Blanco (música). “Después de la sanidad, la cultura nos ha demostrado ser la gran salvadora de los seres humanos en momentos de pérdida y soledad. En 2020 se ha visto más claro que nunca cómo adolece de una mala gestión desde hace años en nuestro país. Para mí, el mundo, mi día a día serían sensiblemente peor sin la cultura, y hablo ahora como consumidora voraz de libros, discos, películas, teatro, etc. Valorémosla y cuidémosla como merece”.

Icíar Bollaín (cineasta). ”He aprendido a no dejar los besos y los abrazos para mañana”.

Milena Busquets (escritora). “Me puedo depilar en casa, que soy bastante buena haciendo manicuras, que puedo vivir comprando muchísimo menos de lo que compraba. Que definitivamente detesto cocinar y que, si no tengo algunas horas al día para estar absolutamente sola, me vuelvo loca. He aprendido a pasear sin un destino fijo, a coquetear con la mascarilla puesta. Y a decir ‘te quiero’ más a menudo y con más facilidad”.

Javier Cámara (actor). “Me he dado cuenta de quién está realmente cerca y también de quién me necesita. Este año espero haber aprendido a tener menos prisa. Me he dado cuenta de que el estrés y la angustia me quitan la alegría, sobre todo la risa. Así que espero haber aprendido a empatizar más, a intentar entender a quien no entiendo. Y mientras, respirar con más calma”.

Luz Casal (música). ”He llegado a dos conclusiones. La primera es la evidencia de lo importante que ha sido la música como compañera de los días más tristes y solitarios que todos vivimos. La otra conclusión es la enorme vulnerabilidad de todas las profesiones que giran alrededor de la música y de los espectáculos”.

El Chojin (rapero). ”Por alguna extraña razón siempre me resulta más sencillo aprender de lo feo. El 2020 ha sido, por tanto, un maestro espectacular. ¿La lección más importante? Hubiera jurado que mi pasión es el rap, esta pandemia me ha enseñado que no era así en absoluto. Mi pasión es compartir mi música con la gente que viene a verme, hacer rap no me aporta nada si estoy solo en mi casa. Mi forma de escribir ha cambiado para siempre porque hoy tengo más presente que nunca lo relevantes que son las personas para las que trabajo”.

Johnny Cifuentes (músico). “La pandemia me ha pillado ya talladito y no estoy ya con edad para tirar años a la basura. Ya sabéis, me refiero a estar encerrado sin poder tocar, sin ir a conciertos, ni ensayar ni viajar, salir con los amigos a los bares… A mis hijos les veo como si estuviera en el talego y mi bar El Cocodrilo ha estado ocho meses cerrado y ahora lo hemos abierto algo para que no se pudra. Esto no es vida, para esto no hemos venido aquí. Estoy indeciso: no sé si tirarme al monte y vivir a saco lo que me queda o seguir en esta semivida oyendo sirenas y alarmas y partes por televisión. Me ha dado tiempo a pensar en el largo recorrido de mi vida y ahora pienso si debería haber hecho esa cosa o haber tomado esa decisión… Buah, corto y a lo hecho pecho. Si hay algo que sí tengo claro es que en cuanto suban la verja, me monto en mi rula con mi banda y de ahí tiro hasta el final de mi destino”.

Isabel Coixet (cineasta). “He aprendido una cosa muy banal: a hacer empanadillas con pollo y cilantro. Hasta ahora mi vida se reducía a las empanadillas de atún y pimiento rojo. Me dio un mes por cocinar cada día las de pollo y cilantro… y creo que nunca más las volveré a comer”.

Nuria Espert (actriz). “He aprendido que nuestra especie es aún más frágil de lo fragilísima que me ha parecido siempre. Ah, y que me he vuelto a enganchar a los puzles”.

Juan Diego Flórez (tenor). “Me ha hecho ser más consciente y estar muy agradecido por lo que tengo: mi familia, mi trabajo. La pandemia me ha hecho más consciente de lo frágil que es la carrera de un músico. Si tengo la oportunidad de hacer un concierto en estos tiempos, me siento muy afortunado y agradecido. Además, al tener más tiempo con mis hijos, los conozco mucho más y puedo acompañarlos en su crecimiento”.

Mikel Izal (músico). ”Necesito a mis personas favoritas más de lo que pensaba. Siempre me he considerado muy solitario y sin embargo en esta época he acusado el no poder ver a mis seres queridos todo lo que me gustaría. He sido consciente del enorme valor de los pequeños buenos momentos, esos en los que a veces no reparamos porque nos parecen incluso rutina. Hablo de un café al sol, de un menú del día en el bar de abajo donde todos te conocen, de ir al cine, de hacer deporte con colegas, de un fin de semana de escapada sin pretensiones, de un buen libro, película o serie con alguien con quien compartirlo. No deberíamos asumir que esas cosas sencillas que nos hacen felices son la aburrida normalidad. Saborearlos como un lujo”.

Pablo Larraín (cineasta). “Aprendí que, al igual que todos los años, este también se acaba. Lo que no deja de ser agradable. Vaya año de mierda”.

Óliver Laxe (cineasta). “En realidad no he aprendido nada nuevo. He confirmado que soy muy pequeño y vulnerable, y que me faltaban experiencias exigentes de este tipo en mi vida para precisamente ser más libre y soberano ante ellas. Sinceramente, me ha parecido un momento muy estimulante a muchos niveles. Obviamente muy conectado con los miedos y el sufrimiento del mundo, pero tratando de desapegarme también un poco y ser lo más feliz posible, que creo que es la única vacuna con el 100% de eficacia que tenemos en la vida y la mejor manera de ayudar”.

Andrés Lima (actor y director teatral). “Somos frágiles, que nuestra fragilidad puede ser nuestra fuerza, que hay que reforzar nuestra sanidad, educación y cultura públicas y que la filosofía, la ecología y el arte pueden cambiar el rumbo de todo”.

Ken Loach (cineasta). “La pandemia ha confirmado el gran desequilibrio entre ricos y pobres, a quienes sobre todo ha afectado el virus. Y aprendimos de nuevo que cuando la izquierda no habla a los desesperanzados, la ultraderecha los conquista. No dejemos la lucha social en manos de otros. Esto no es un deporte para ver de lejos, sino una responsabilidad que todos compartimos”.

Loquillo (músico). ”Fuimos los primeros en realizar un show en una arena en Europa. Giramos en verano con el espectáculo de poesía La vida por delante para apoyar a promotores y decirle al público que en los peores momentos la cultura salva almas. Hoy la cultura necesita que la defiendan. Somos lo que defendemos. Hay que saber leer el partido y los tiempos, adaptarse al medio, no he crecido entre algodones, no estaba invitado, odio el victimismo. Después de 42 años de trayectoria entiendo que el fracaso y el laurel nunca son definitivos. Me muevo en la dificultad mejor que en la calma. He pasado página, no miro atrás, estoy grabando mi nuevo disco de rock español con la banda. Soy un verso libre, individual”.

Juan Mayorga (dramaturgo y académico). “Cada ser humano es responsable de todos los demás. De cada uno de ellos”.

Kleber Mendonça Filho (cineasta). “He confirmado algunas cosas y aprendido otras. Que los seres amados son fundamentales en la vida. La familia y los amigos me ayudaron a no volverme loco. Que nuestros hogares se convirtieron en nuestras cuevas prehistóricas, un lugar de confort y de protección contra el exterior. Los libros y las películas fueron más importantes que nunca, y personalmente me sentí feliz al constatar que poseía muchas películas en formato físico. Nunca desaparecerán en una nube misteriosa. Y confirmé que en mi país, Brasil, la estupidez puede no tener fin, ser asesina y además orgullosa de su ignorancia. Posdata: mi incipiente entrada en la jardinería parece que avanza”.

Natalia Menéndez (directora del Teatro Español). ”A afrontar mejor el miedo, a valorar el hoy, la alegría, el amor y la cultura. He descubierto los audiolibros”.

Soleá Morente (cantante). “La pandemia está siendo un proceso de evolución espiritual muy potente. Lo hemos pasado y lo estamos pasando muy mal. Se siente mucho miedo, vértigo, impotencia… y todo eso hace mucho daño. Por otra parte, siento que me está haciendo mucho más fuerte, mucho más valiente. Si antes tenía ganas de resistir y tirar hacia delante, a través de la vida, a través de la creación, y pensar que mi obra sirva para algo, ahora creo que más que nunca. Hay que ver la parte positiva y para mí es haber tenido un encontronazo con mi propia persona. Está siendo un proceso de depuración vital donde todo lo que no era sólido ha caído y está cayendo por su propio peso”.

Blanca Portillo (actriz). ”A valorar más el silencio, la compañía de las personas a las que quiero, a ser consciente de lo mucho que dependemos los unos de los otros. A tomar conciencia de la invisibilidad a la que sometemos a muchos profesionales sin los cuales nuestras vidas serían imposibles. A recuperar los actos cotidianos como ir al mercado, hablar con los vecinos, echar una mano a quien lo necesita, a disfrutar de la música, la lectura…”.

Miguel Ríos (músico). “A relativizar la importancia de lo inaplazable. A admirar a los que trabajan por los más vulnerables y a valorar mi pelea contra los días iguales”.

Marc Ros (músico). “Si antes había la religión, Hollywood o el LSD para soportar otros períodos difíciles de la historia, ahora hay una persona grabándose con el móvil haciendo el tonto o insultando sin ninguna gracia al que no piense igual y compartiéndolo para que otros lo veamos y vayamos matando el poco tiempo que nos queda. Me temo que ya es tarde para que hagamos un buen uso de las redes sociales, pero pido en un último grito desesperado que no seamos tan ridículos”.

Salman Rushdie (escritor). “En su libro Diario del año de la peste, Daniel Defoe nos cuenta que durante la gran peste de 1665, en los barrios de Londres donde se aceptó un confinamiento duro, la plaga retrocedió. En aquellos barrios en los que la gente rechazó las restricciones, casi todo el mundo murió. Nos cuenta, también, como alguna gente desconfiaba de la ciencia y suscribían locas teorías médicas y fantasías paranoides. Lo que he aprendido, por lo tanto, es que la naturaleza humana no cambia. Somos lo mismo hoy en todas partes que lo que eran los londinenses en el año de la peste en 1665. Defoe creía que al final dios salvó Londres, y la peste retrocedió. La buena fortuna es científica, no divina. Las vacunas deben salvarnos de nuestros peores instintos. Espero que lo hagan”.

Amparo Sánchez, Amparanoia (música). “Vivo con más luz y más consciencia, con planes de pocos meses a la vista. La pandemia ha significado un reset en mi vida ya que nunca había pasado tantos días sin viajar y sin cantar. Además mi fuente de ingresos habían sido principalmente los conciertos. Por primera vez en 25 años de carrera empecé a sospechar que no iba a tener ese ingreso y lo primero fue buscar otros recursos. Entre mayo y junio me hice un plan de lo que quería y podía hacer desde casa en los próximos seis meses desde mi sello Mamita Records y en mi estudio casero, y puedo decir que he conseguido tachar todos los objetivos en el mes de diciembre”.

Alfredo Sanzol (director del CDN). “Hasta ahora no había dado a los cuidados la importancia que merecen, que hay una parte de la sociedad radicalmente solidaria, que esa parte de la sociedad nos salva al resto, que aquellos que abanderan la codicia son enemigos públicos y que la sociedad necesita reunirse en el teatro para curarse, compartiendo la visión del dolor en el escenario”.

Santiago Segura (cineasta). “No sé si es por el 2020 o porque me hago viejo, pero no podemos tomarnos algunas cosas tan en serio, porque mañana llega una enfermedad y… Estoy un poco zen. Necesitamos más tolerancia, más amor, más besos. Somos demasiado exigentes con nosotros y con los demás. Ya puedes tenerlo todo planificado, que al final eres un muñequito”.

Carla Simón (cineasta). “Sentí más que nunca que somos animales, que podemos extinguirnos, que somos muy frágiles, que todo lo que nace, muere, y que hay que vivir… Pero a falta de poder vivir, viví a través de la cultura. Me rescató la cultura. Y el cine. Y los clásicos del cine. Y la belleza de las imágenes de los clásicos del cine. Creció –si cabe– mi deseo de hacer películas. Y tuve que aprender que cuando las cosas no salen como uno había planeado, no hay que perder el tiempo en lamentarse, sino encontrar nuevas aventuras”.

Alejo Stivel (músico). ”La pandemia me enseñó muchas cosas que ya sabía. Por ejemplo, que lo más importante de la vida son las cosas más importantes. Aquí la lista: el amor, la música, mis gatas, el cine, el kombucha, los libros, el sofá, el fútbol, la fruta, el edredón, las series, los knishes, Instagram, el pijama. Aprendí todo eso que ya sabía y que todo lo demás da igual”.

Kiko Veneno (músico). ”He aprendido que somos más necios, ignorantes y egoístas de lo que creía: una sociedad de sordos dirigidos por mudos. También que hay mucha gente buena y generosa, pero sin capacidad de influir lo suficiente para salvar a esta pobre humanidad de la miseria”.


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