El gusto por la música comenzó en la escuela

Mis primeros recuerdos de una escucha consciente de música académica son los de la escuela primaria, en el Grupo Escolar “Francisco Pimentel” en Caracas. Periódicamente nos llevaban a la biblioteca, nos sentaban frente a una mesa donde había una nota escrita a máquina de no más de 15 líneas con el nombre de la obra y del compositor y una breve descripción de lo que escucharíamos.

Leíamos en voz baja luego escuchábamos la obra seleccionada. Todavía recuerdo esa primera vez, La marcha eslava de Peter Tchaikovsky y Las Sílfides de Frédéric Chopin.

Adaptándose a los recursos audiovisuales actuales disponibles en las escuelas es un modelo a seguir. Con la salvedad de que primero sea el sonido, sin imágenes que distraigan y después opcionalmente, las imágenes del video para complementar con la identificación de los instrumentos a medida que la obra avance.


Discusión musical.

Después de las clases en el colegio visitábamos el taller del padre de Carlos Díaz, fabricante de jaulas y otros productos de alambre mediante una electrosoldadora de punto. El taller quedaba cruzando la calle sobre la Avenida Oeste 6.

Una vez Carlos y yo nos enfrascamos en una vehemente pero amigable disputa, propia de egos preadolescentes, sobre el nombre formal de una pieza. Después supe que era la Danza Macabra compuesta por Camille Saint-Saëns. Ambos la habíamos escuchado fuera del ámbito de la biblioteca pero no nos poníamos de acuerdo en el título.

Las experiencias musicales en la biblioteca de la escuela habían dado sus frutos, al lograr motivar a dos jóvenes a seguir escuchando música académica por sus propios medios. Y supongo, sin temor a equivocarme, que no fuimos los únicos. La escuela primaria dejó una profunda huella en mi vida. Tuve maestros excepcionales.


Mi primer Mahler y Prokofiev.

Otra de las amistades de la escuela fue con Clemente Britto. Me invitaba a su casa, de Sordo a Tablitas parroquia de Santa Rosalía, donde su tío tenía su clínica odontológica. Siempre me han gustado los perros y allí conocí a Killer, un amigable boxer. Su hermano mayor —el escritor Luis Britto García— escuchaba música clásica en discos de vinilo. Así fue como escuché algunas de las sinfonías de Mahler y la cantata Alexander Nevsky de Prokofiev, la cual vería en el cine como contaré más adelante.

Por navidades, Clemente y Luis me regalaron un longplay con la Novena Sinfonía de Beethoven. La carátula del disco eran ángeles de la Sixtina tocando trompeta.
A la luz de estas experiencias resulta muy importante en la consolidación de la escucha musical, que las obras sean afines a la sensibilidad y edad del escucha. En mi caso se produjo la sincronización con una música sinfónica vivificante, excitante, apropiada para un preadolescente. El descubrimiento de otras músicas vendría con la madurez emocional.

De amor y ópera

Domingo de Pascua de 2020, Andrea Bocelli y un pianista en el gran Duomo de Milán. El resto, desierto ¿quién podía imaginar algo cómo esto?
Llega un mensaje de whatsapp con la imagen del tenor en un televisor. Había comenzado su Concierto por la Esperanza.

—¿Lo estás viendo?
—Claro, y lloro…

—Te paso el programa en caso que desees cantar con él. Lo que canta ahora está montado sobre el Intermezzo de Cavalleria Rusticana.

—Me gusta más la próxima de Rossini. Cavalleria Rusticana nunca me ha gustado. Demasiado triste la historia de Lola, mi tocaya.
—¿De María Dolores? No entendí Lolita.

—Lola, así se llama la de Cavalleria Rusticana ¿viste las calles de París desiertas? ¡qué bello! Magnífico… tan desolador y triste a la vez ¡lloro!
—Ah, sí. Aunque Lola es la infiel. Quien sufre es Santuzza.

— Lola es el centro de todo. Se casa con otro, su amor llega de vuelta y al ver que ella lo ha dejado, se enreda con otra. Muerta de celos, se acuesta con él. Santuzza es solo una circunstancia ¿lo ves? Por eso es que no me gusta esa ópera ¡el verdadero drama es el amor truncado! Entre Bocelli y recordando esa ópera muero hoy en esta Pascua desierta. 
—Un drama romántico.

—Es el amor truncado, aquel que sabes que era, pero no fue y no será. El amor es un intangible. Se cree que se tiene y la verdad es que no se tiene nada ¡no se puede tener! 
—Naciste en el siglo equivocado, Lolita (risas).

—Si uno no se aquieta, se enfoca en el presente, en el aquí y el ahora, se pasa la vida en un baile entre la añoranza y el sufrimiento preguntándote si es mejor la posibilidad que vives, o si sería mejor flotar en la añoranza del sueño inalcanzable sobre aquel amor perfecto. Solo después de muchos finales y comienzos, mucha terapia y meditación llega ese si, calmado, solemne y entonces piensas en Lola…¡y por eso es que no me gusta esa ópera!

—Eso que dices es lo que algunos llaman amor platónico.

—Pues si. Lo son los grandes amores, los que llamamos “verdaderos” pero que nunca fueron y que por definición no serán jamás. Ese amor soñado, rico, que casi duele es siempre platónico. Si lo tienes sufres perderlo. Si ya no, entonces sufres su ausencia y cuando no lo has tenido lo sueñas.

—No siempre pasas la vida sufriendo si piensas en ellos. En especial, si los recreas y piensas como hubiera sido lo que no fue ¡idealizar también puede ser una experiencia fascinante!
Y muy falsa también.

A esta altura de la conversación, Bocelli había terminado.