Gabo y la música

Nuevamente Friend’s Café nos da el tema de esta entrega.
En Leer para escribir, Antología de lecturas para practicar los procesos de la redacción, de Elsa R. Arroyo Vázquez y Julia Cristina Ortiz Lugo, Editorial Plaza Mayor, Puerto Rico, quinta edición, 1997, 440 páginas, encontramos el texto de Gabriel García Márquez que se anexa:

Bueno, hablemos de música
Gabriel García Márquez – 1982

En una de esas encuestas que proliferan a diario me han preguntado, como tantas veces, cuál es la música que me llevaría, si sólo pudiera llevarme un disco, a una isla desierta. No he dudado un instante la respuesta: las Suites para chelo solo, de Juan Sebastián Bach; y si sólo pudiera llevarme una de ellas, escogería la número uno. Conozco distintas versiones, y entre ellas, por supuesto, la de Pau Casals.

Además de su valor histórico, es una versión excelente, pero la grabación es tan antigua que es mucho lo que se pierde de su excelencia. En realidad, la versión que más me conmueve es la de Maurice Gendron, y por consiguiente sería ésta la que me llevaría a la isla desierta, junto con un libro único: una buena antología de la poesía española del Siglo de Oro.
Este tema me ofrece la oportunidad de contestar a otra pregunta que los periodistas me hacen con frecuencia sobre mis relaciones con la música. Les contesto siempre la verdad: la música me ha gustado más que la literatura, hasta el punto de que no logro escribir con música de fondo porque le presto más atención a ésta que a lo que estoy escribiendo. Sin embargo, nunca voy mucho más lejos en mis explicaciones, entre otras cosas porque tengo la impresión de que mi vocación musical es tan entrañable que forma parte de mi vida privada. Por lo mismo, cuando estoy solo con mis amigos muy íntimos no hay nada que me guste más que hablar de música. Jomi García Ascot, que es uno de estos amigos, publicó un libro excelente sobre sus experiencias de melómano empedernido, y allí incluyó una frase que me oyó decir alguna vez: ¨Lo único mejor que la música es hablar de música¨. Sigo creyendo que es verdad.

Lo raro es que cuando uno dice que le gusta la música se piensa casi siempre en la música que por pura pereza mental se ha dado en llamar música clásica. También se la llama música culta, lo que no resuelve el problema, pues pienso que la música popular también es culta, aunque de una cultura distinta. Aun la simple música comercial, que no siempre es tan mala como suelen decir los sabios de salón, tiene derecho a llamarse culta, aunque no sea el Producto, de la misma cultura de Mozart. Al fin y al cabo, los grandes maestros de todos los tiempos saben que el manantial más rico de su inspiración es la música popular. La foto más conmovedora en la vasta y hermosa iconografía de Béla Bartók es una en que aparece recogiendo una canción de labios de una campesina con una grabadora de cilindro, que nada tenía que envidiar a la primera que construyó Edison, y en la cual quedaron grabadas para la historia las preciosas líneas del Corderito de María.

Todo esto para mí es más simple: música es todo lo que suena, y el trabajo de establecer si es buena o mala es posterior. Tengo más discos que libros, pero muchos amigos, sobre todo los más intelectuales, se sorprenden de que la lista en orden alfabético no termine con Vivaldi. Su estupor es más intenso cuando descubren que lo que viene después es una colección de música del Caribe -que es, de todas, sin excepción, la que más me interesa-. Desde las canciones ya históricas de Rafael Hernández y el trío Matamoros, hasta las plenas de Puerto, Rico, los tamboritos de Panamá, los polos de la isla de Margarita, en Venezuela, o los merengues de Santo Domingo. Y, por supuesto, la que más ha tenido que ver con mi vida y con mis libros: los cantos vallenatos de la costa del Caribe de Colombia, de los cuales habría que hablar un día de estos en una nota distinta.

Jamaica y la Martinica tienen una música de grande, y fue Daniel Santos quien divulgó algunas canciones que estuvieron de moda hace muchos años sin que casi nadie supiera que eran de Curazao con letra de Papiamento. Debo decir, sin embargo, que la canción más bella que escuché jamás en esa región alucinada fue la que cantaba una niña indígena de unos nueve años en las islas San Blas de Panamá. La niña cantaba con una hermosa voz primitiva, acompañándose con una sola maraca, mientras se mecía a grandes bandazos en la misma hamaca donde dormía un niño de pocos meses. Me quedé como extasiado, flotando en la magia de la canción y lamentando con el alma no haber llevado conmigo una grabadora.

Nuestro guía local nos dijo -sin pretender ningún juego de palabras- que era una canción de cuna de los indios cunas. Fue tanta mi impresión que al día siguiente le conté mi emoción al general Omar Torrijos para que me facilitara el regreso a las islas con una grabadora, pero él me disuadió con su raro y demoledor sentido común «No vuelvas más», me dijo; «que esas cosas suceden una sola vez en la vida». No volví, por supuesto, pero la certidumbre de que nunca más volveré a escuchar aquella canción es una de las muy pocas amarguras de mi vida.

Tengo versiones inencontrables en ningún lugar del Caribe, que, sin embargo, las he encontrado donde menos podía imaginarse: en los mercados de discos latinos de la calle Catorce de Nueva York. Tengo discos de salsa, desde luego, pero con la conciencia de que no es una música nueva, sino la continuación exiliada y sofisticada para bien de la música tradicional de Cuba. Como lo dijo hace pocos días en una entrevista Dámaso Pérez Prado, el inmortal, que es uno de mis ídolos más antiguos y tenaces, como debe constar en los archivos de los periódicos en que escribí mis primeras notas. Me alegra comprobar, por otra parte, que mi pasión por la música del Caribe está bien correspondida. Hace unos años recibí en Barcelona un telegrama de alguien que solicitaba mi ayuda para escribir sus memorias y que se firmaba con el seudónimo de El Inquieto Anacobero. Un seudónimo cuyo titular es conocido de todo el Caribe: Daniel Santos, el jefe. Más tarde me llamó por teléfono desde Nueva York mi amigo Rubén Blades para decirme que quería cantar algunos de mis cuentos, y yo le contesté que encantado, inclusive por la curiosidad de saber qué clase de transposición endiablada podía quedar de semejante aventura. Lo digo sin ironía: nada me hubiera gustado en este mundo como haber podido escribir la historia hermosa y terrible de Pedro Navajas.

Por último, en el reciente aluvión telefónico que estremeció mi casa de México, una de las primeras llamadas fue la del otro gigante de la canción, Nelson Ned. Hace pocos años perdí la amistad de algunos escritores sin sentido del humor porque declaré en una entrevista -pensándolo de veras- que uno de los más grandes poetas actuales de la lengua castellana era mi amigo Armando Manzanero.

Hablar de música sin hablar de los boleros es como hablar de nada. Pero también eso es motivo para una nota distinta, y tal vez interminable. En este género, Colombia tiene un mérito que sólo Chile le disputa, y es la de haberse mantenido fiel al bolero a través de todas las modas, y con una pasión que sin duda nos enaltece.

Por eso debemos sentimos justificados con la noticia cierta de que el bolero ha vuelto, que los hijos les están pidiendo con urgencia a sus padres que les enseñen a bailarlo para no ser menos que los otros en las fiestas del sábado, y que las viejas voces de otros tiempos regresan al corazón en los homenajes más que justos que se rinden en estos días a la memoria inmemorial de Toña la Negra. Sin embargo, y sin ninguna duda, mi respuesta a la pregunta de siempre fue muy bien pensada y sincera: el disco que me llevaría a una isla desierta es la Suite número uno para chelo solo, de Juan Sebastián Bach. Terco que es uno.

Gabo y la música
Por Francisco A. Cifuentes S.


Antes de hablar de Gabo y la música y, la música en la obra de Gabriel García Márquez es preciso hacer dos reconocimientos, en medio de una pléyade de escritores latinoamericanos y colombianos, cuya narrativa está enmarcada dentro de diversos aires musicales, que tienen una perspectiva musical dentro de su novelística o que tienen referencias melodiosas culteranas o populares en sus textos.

Carpentier
En primer lugar, es necesario citar al cubano Alejo Carpentier, autor de la grandiosa odisea caribeña de El Siglo de las Luces (1962) y, que, junto a Cien Años de Soledad (1967) de Gabo, constituyen los pilares fundamentales de lo que posteriormente se denominaría el Realismo Mágico; el cual, en su lenguaje, en su trama y en su aire, marcaría toda una época y varias generaciones de escritores de América Latina y del Caribe. Pero en materia propiamente de ensayo histórico y musical, hay que partir de su magna obra La Música en Cuba (1946), que es una investigación de fuentes documentales de primera mano, incluyendo por supuesto la tradición oral y musical de la isla y el caribe. Y, en cuanto a estructura y estilo, cabe remitir a su novela corta Concierto Barroco (1974). En este marco de referencias bibliográficas afines a la música, cabe traer a colación la anécdota, cuando Gabo decía que estando en París había estudiado música bajo la orientación de Carpentier; lo que fue muy fructífero para la formación musical de nuestro Nobel.

Escritores y la música
En segundo lugar, hay que hacer justicia y un pleno reconocimiento a algunos escritores colombianos, de los últimos cincuenta años; cuyo objeto de tratamiento literario es propiamente la música o que su ambientación es eminentemente musical. Sin descartar otros trabajos, este artículo desea resaltar mi lectura placentera de los siguientes textos, que me emocionaron en diferentes períodos de mi vida como lector y melómano aficionado: Aire de Tango (1973) de Manuel Mejía Vallejo, me regresó al Medellín de Lovaina y Guayaquil. Para la salsa y el rock es ya todo un clásico Que Viva la Música (1977) del inolvidable Andrés Caicedo. Una relación cultísima entre la música clásica y la pintura, y discusiones filosóficas, teológicas y religiosas en torno a los ángeles de Sopó, está consignada en Metatrón (1997) de Philip Potdevin. Continuando con la salsa hay que leer Bomba Camará (1979) de Humberto Valverde. Y en la misma línea de aires caribeños y su influencia en Colombia, está El Tumbao de Beethoven (2012) de Fabio Martínez. Para el romanticismo y el erotismo del bolero, es preciso regresar a la colección de cuentos de Carmen Cecilia Suárez, libro titulado Un Vestido Rojo Para Bailar Boleros (1996).
Volviendo al clasicismo, no puede faltar el mejor novelista de la actualidad en Colombia Juan Pablo Montoya y su novela Escuela de Música (2019), que también tiene La Sinfónica y otros cuentos musicales (2013). Y, por último, en este apretado resumen de mis querencias literario-musicales, no podía faltar el joven culto y polifónico, escritor y hombre de radio Juan Carlos Garay, con su trabajo bellamente titulado La Nostalgia del Melómano (2019).

Gabo y el vallenato
Consignando brevemente lo anterior, hay que decir de entrada, que lo de Gabo es muy diferente, pero también, a su manera, hace relación a la literatura y la música en varios géneros; desde lo más popular hasta lo más clásico. Veamos.
La Vallenotología, en términos muy sencillos y sintéticos, sería el estudio y el conocimiento acerca de los géneros y estilos de la música popular colombiana conocida como Vallenato, o la música nativa del Valle de Upar y otras áreas de la región caribe colombiana. Incluyendo músicos, autores, compositores, grupos y orquestas, discografía y eventos, ya tradicionales. En esta temática, ya hay investigadores, especialistas, artistas, literatos, columnistas y periodistas, que hacen gala de conocimiento profundo al respecto. Gabriel García Márquez, el popular y cariñosamente conocido como Gabo (1927-2014) es un fiel representante de esta tradición.
En su obra cumbre Cien Años de Soledad (1967) se menciona precisamente el tema La Diosa Coronada de su amigo Leandro Díaz, uno de los juglares más importantes del género. Y el mismo autor dijo en más de una entrevista que la novela era un vallenato de 450 páginas; pues él siempre se refería al vallenato como prosa cantada y a la novela como música en larga prosa. En este magno trabajo aparece el origen mítico del vallenato y especialmente encarnado en la figura del primer juglar llamado Francisco El Hombre, quien derrota al Diablo en un histórico y folclórico duelo de acordeones y piquería. Este es reconocido, a la manera medieval, como un personaje que va de provincia en provincia, por toda la región dando noticias y razones por medio del canto y la música, y por eso es el
prohombre de la zaga de los pueblos vallenatos, mucho antes de llegar a Macondo.
Nuestro Nobel dijo que sus vallenatos preferidos eran La Gota Fría de Emiliano Zuleta, La Diosa Coronada de Leandro Díaz y la Elegía a Jaime Molina de Rafael Escalona. Y tenía preferencia por lo que él denominaba La Escuela Sabanera, por auténtica y ortodoxa. En sus famosos Textos Costeños, concretamente en artículos periodísticos publicados entre 1948 y 1951, se refirió a la música vallenata, a discos, autores y apreciaciones distintas. Más adelante, incluso habló del vallenato urbano, reconociendo la evolución orquestal y temática, de este género más que centenario.
Cuando nuestro clásico regresó a su natal Aracataca y a Valledupar en 1963, después de una larga ausencia, se celebró con sus amigos más queridos una tremenda tenida, lo que pasó a la historia folclórica como La Parranda del Siglo. La Versión Número 33 del Festival Vallenato en el año 2000, se realizó en homenaje al hijo ilustre de Aracataca; que se llevó a cabo en el tablado Francisco El Hombre de la Plaza Alfonso López de la ciudad de Valledupar, capital del Departamento del Cesar. Y cuando se murió el Nobel en la ciudad de México, aquí en Bogotá se hizo una ceremonia en la Catedral Primada, con una combinación ideal para el escritor que fue todo un melómano: La Misa de Réquiem en re menor de Mozart y La Casa en el Aire de su gran amigo Rafael Escalona.

Influencia de Béla Bartók
La novela El Otoño del Patriarca (1975), de reconocida novedad experimental en su estilo, puntuación y escritura, aunque con un tema político y tropical, muy dentro del llamado realismo mágico; fue considerada por él mismo, como un escrito bajo la influencia de la estructura musical del Concierto para piano Nro. 3 de su admirado compositor húngaro Béla Bartók. Y otros estudiosos así lo han denotado. Así como la música vallenata se nutre de las historias populares y familiares, Bartok ha admitido, producto de su investigación directa, que su música proviene de la música popular húngara; lo que consigno en su libro.

Escritos Sobre Música Popular (1979)
Me atrevo a consignar aquí la anécdota personal, que leí esta obra porque tanto Gabo como Cortázar me llevaron a conocer los famosos Cuartetos del húngaro. Y he ahí mi gusto por el nacionalismo en música clásica, hasta llegar a las Bachatas Brasileras de Héitor Villalobos; por supuesto donde combina a Bach con el aire nacional del Brasil.

Hay amores
Del Amor en los tiempos del Cólera (1985), quiero destacar que para su versión cinematográfica se hizo el magnífico bolero Hay Amores de Shakira y Antonio Pinto;
por supuesto que pasó el filtro del exigente García Márquez, y no solo porque la cantante fuera barranquillera y bella, sino por la ternura y la calidad de la voz. La historia de amor de esta novela, esta sucintamente consignada en esta bella pieza musical. A propósito, para mis modestas condiciones de melómano, en lo tocante al bolero, me atrevo a decir que los mejores boleros colombianos en voces femeninas son Te Busco de Matilde Diaz con la orquesta de Lucho Bermúdez o con la del mejicano Rafael de Paz, Verde Luna de la profesora antioqueña Ligia Mayo y por supuesto el de Shakira.

El tango
La pequeña novela y muy popular, tal vez por su título, Memoria de mis Putas Tristes (2004), se sabe que estuvo inspirada en La Casa de las Bellas Durmientes (1978) del escritor japonés Yasunari Kawabata; ambas con temas como el erotismo y la vejez. Aquí deseo destacar que el personaje central solía escuchar a Carlos Gardel, el mito del tango argentino; a Agustín Lara, el mito del bolero mejicano y a Claude Debussy, conocido representante del impresionismo francés; entre muchos otros gustos musicales de Gabo, que aparecen a través del oído del viejo de la novela en mención.

El bolero
Continuando con el bolero, hay que decir que el Nobel siempre, desde su juventud, fue amante de este género musical. también eminentemente latinoamericano y para los gustos del escritor, sobre todo antillano y mejicano. Muchas veces reconoció que el bigote que lucía en las fotografías donde aparece además con un cigarrillo en sus labios (“el pucho de la vida, apretado entre los labios”), era por su admiración al cantante Bienvenido Granda; justamente el llamado “El Bigote que Canta”, y parodiando esto, Gabo fue “El bigote que cuenta”. Además, en alguna entrevista confesó que recién llegado a París, tarareo y guitarreó boleros en las estaciones del metro, “cuando era feliz e indocumentado”.

Fue muy amigo del compositor, cantante y pianista mejicano, el gran Armando Manzanero. Al respecto contó en alguna oportunidad que entre ambos intentaron hacer boleros y no resultó positiva la odisea musical; aunque sabemos que García Márquez escribió bellos poemas románticos en hermosa caligrafía; pero esto no le bastó para ser un letrista de boleros; ese género tan delicado y conciso, que además es el “corruptor de mayores” como lo expresara el novelista mejicano Carlos Fuentes. Cuando acaeció la muerte de Manzanero, Gabo declaró a los medios que había fallecido “uno de los mejores poetas de América Latina”; frente a lo cual alborotó el avispero de los escritores y bardos latinos y españoles; lo que nos parece una sin razón; pues creemos humildemente que el bolero es también una bella y popular herencia de la poesía modernista que América le tributó a la lengua y a la música iberoamericana. El mismo intento como letrista de boleros lo hizo con su venerado amigo el cantante cubano Pablito Milanés como cariñosamente lo llamaba, artista insigne no solo de la Nueva Trova Cubana, sino del bolero; como lo atestigua su hermosa colección denominada Filin. Para el trabajo colectivo titulado Mi Querido Pablo, García Márquez hizo una linda y sintética introducción, en la cual valora demasiado la música de Pablito.

La guaracha
Mi querido San Daniel le hizo un tributo inmejorable, con la guaracha titulada El Hijo del Telegrafista, en la cual nos pasea por la mayoría de las obras del novelista costeño. Recordemos que él modestamente solo se hacía llamar uno de los tantos hijos del telegrafista de Aracataca. Alguna vez el insigne bolerista y guarachero Daniel Santos, le dejó un mensaje por teléfono al Nobel, diciéndole que quería que le colaborara en la escritura de sus memorias como cantante, y se despidió diciendo: “atentamente El Inquieto Anacobero”. Nunca se pudo realizar tal cometido.

Rubén Blades y Pedro Navajas
El libro Ojos de Perro Azul (1972) que constituye una colección de cuentos publicados en el periódico El Espectador, escritos entre 1947 y 1955, fue homenajeado con el mismo nombre en el trabajo de salsa del gran musico y cantante panameño Rubén Blades. Igualmente, este se inspiró en Monólogo de Isabel Viendo Llover en Macondo, para la pieza titulada Isabel, contenida en el disco Agua de Luna. Hace poco contó Blades que acerca de la relación entre salsa, cultura y literatura tertuliaban Gabo, los escritores mejicanos Carlos Fuentes y Carlos Monsiváis y por supuesto el salsero. Nuestro Nobel le decía al cantante de
Siembra: “Tú lo que eres es un cronista cantante, un cantador de historias, un periodista sonoro”. Por algo el canta-autor español Joaquín Sabina, confesó que Gabo “cambiaría Cien Años de Soledad por Pedro Navajas”, y también expresó en otra oportunidad, que él hubiera querido escribir la letra de esa crónica urbana.

Los Hispanos
Muchos otros cantantes, compositores y orquestas se han inspirado en la obra variada y profusa de nuestro novelista insigne. Una pequeña muestra es la siguiente: Me voy pa´ Macondo y Los Cien Años de Macando de Los Hispanos y Rodolfo Aicardi, un famoso chucuchuco que puso a bailar a toda Colombia, hubiese o no leído a Cien Años de Soledad. El disco Macondo de la orquesta venezolana Billo´s Caracas Boys. Soledad de Toto La Momposina, que la interpretó en la ceremonia de entrega del Nbel en Estocolmo (1982), donde además se sorprendió al mundo de la literatura y la cultura con toda una embajada de músicos y danzarines populares de lo mejor del folclor del caribe colombiano; ya que Gabo se ha reconocido ante el mundo como un intelectual que ha llevado por el orbe toda su identidad caribe; como otrora los autores mediterráneos de la Grecia Clásica de Homero. Canción para una Muerte Anunciada del famoso vallenatero Lizandro Mesa, parodiando al texto Crónica de una Muerte Anunciada (1981). Macondo Expres de la banda italiana Moderna City Rambles. El Corazón de Macondo del tenor colombiano Mateo Blanco.

Como persona que vivió y amó toda la cultura mejicana, estuvo muy influenciado por el bolero mejicano y la ranchera, hasta el punto de contar Joaquín Sabina, que cuando el novelista iba a España, las dos parejas solían tomarse sus tragos escuchando rancheras en el apartamento del cantautor. Para terminar con todo lo popular valga este artículo también como un homenaje al último gran juglar vallenato Adolfo Pacheco, el conocido autor de El Mochuelo, gran amigo de Gabo, que recientemente murió.

Admiro mucho que el gran periodista y prosista colombiano se haya cultivado inmensamente en toda la música clásica y no solo en los aires populares de Colombia y todo el Caribe, siendo una persona que nació sin discoteca y sin biblioteca, sino en una provincia caliente y polvorienta alejada de la capital de nuestro territorio. Con los años, así como leyó toda la novela universal, tenía un gusto especial por las enciclopedias y los diccionarios, así como escuchó toda la música clásica, convirtiéndose en un gran melómano y coleccionista. Sus fieles compañeros en esta última odisea sonora fueron sus entrañables amigos bogotanos, el poeta y novelista Álvaro Mutis; con quien nunca compartió su gusto por el vallenato y el bolero; pero si al máximo por sinfonías, cuartetos, sonatas y cantatas. La tripleta sonora la completaba Álvaro Castaño Castillo, nada menos que el fundador y director de la emisora HJCK “El mundo en Bogotá” o “una emisora para la inmensa minoría”; apelativos y slogan sonoros, que de por sí distinguen lo mejor del repertorio universal; el cual disfrutaban estos tres intelectuales.

Las tres B

Aún recuerdo cuando el escritor de la Hojarasca le dedicó todo un artículo en El Espectador (1980) al famoso pianista Paul Baduka Skoda. Y la también famosa y exclusiva declaración del escritor de La Mala Hora: “A mí lo que más me gusta son las tres B”; para referirse que se deleitaba en su orden con Beethoven, Bach, Brahms, Bartók y The Beatles; estos últimos que se los enseñaron a escuchar sus hijos. Muchos años después de dar a luz El coronel no Tiene Quien le Escriba diría que para calmar el miedo en sus largos viajes a Europa y otras partes del mundo, se acostumbró a escuchar las Nueve Sinfonías del genio alemán. Pero debo también confesar, que, aunque toda la vida me ha gustado Juan Sebastián Bach, el de las cantatas, oratorios, misas, contrapuntos, sinfonías y conciertos; fue Gracias a Gabo que me fui internando y entrenando en la audición de las Seis Suites para Chelo Solo, que son íntimas y profundas, y que las prefiero en la versión del chelista nipón Yo-Yo Ma. El autor de El Ahogado Más Famoso del Mundo, en sus cómicos y atrevimientos musicales, quería componer un Concierto para Triángulo y Orquesta, con el fin de reivindicar el modesto instrumento; ya que abundaban para violín, chelo, piano e incluso para contrabajo.

Son muchos los filósofos que le dan una primacía a la música por encima de la escritura. Valga apenas citar a Nietzsche, Wittgenstein, Teodoro Adorno y Ciorán, en medio de una constelación de pensadores y melómanos; colocando como la expresión sublime del logos y del ser a la música. Al respecto el Nobel, que no era ensayista, afirmaba que la música estaba por encima de los libros. Pero coloquialmente el novelista, cuentista y periodista, nuestro querido Gabo, parodiaba al escritor francés Albert Camus, cuando este expresaba palabras más palabras menos, cuando se inquiría ¿Qué es lo mejor en la vida? Y se respondía: Escuchar música. Y volvía a preguntarse: Pero ¿qué es lo mejor después de escuchar música?, para a continuación decir: Seguir hablando de música con los amigos.
En el centrogabo.org se consigue más material sobre la relación del escritor con la música, por ejemplo: la música en 14 reflexiones de Gabriel García Márquez; Gabriel García Márquez, el bolerista; el bolero en 7 frases de García Márquez, y la siguiente: Los libros de Ana Magdalena Bach, la protagonista de la última novela de García Márquez.

Redacción Centro Gabo 26 de Abril de 2024
En la trama de En agosto nos vemos, la novela póstuma de Gabriel García Márquez, la protagonista es una mujer. Su nombre es Ana Magdalena Bach, tiene cuarenta y seis años, y cada 16 de agosto viaja a una isla del Caribe para visitar la tumba de su madre. La historia se sitúa en los albores del siglo XXI y cuenta con un cúmulo de referencias que develan algunas obsesiones de su autor.
La música es quizá la más evidente de estas obsesiones. De hecho, en cada uno de los seis capítulos que componen el libro hay menciones explícitas a compositores, cantantes y piezas musicales que fascinaban a García Márquez y que a su vez son decisivas para el desarrollo de la narración (tal vez te puede interesar nuestro artículo “Así suena En agosto nos vemos”); sin mencionar que Ana Magdalena Bach posee el mismo nombre de la segunda esposa de Johann Sebastián Bach y que su padre, su esposo y su hijo son músicos de profesión.
Los títulos de obras literarias también tienen un papel especial en la novela. Aparecen de forma explícita en las manos de Ana Magdalena, casi siempre cuando se embarca en el transbordador rumbo a la isla donde reposan los restos de su madre. “Ella fue siempre una buena lectora. Le había faltado poco para terminar la carrera de Artes y Letras, y leyó con rigor lo que tenía que leer, y siguió leyendo lo que más le gustaba: novelas de amor de autores conocidos, y mejor cuanto más largas y desdichadas”, nos cuenta el narrador.

La lista de libros leídos por la protagonista de En agosto nos vemos está compuesta por clásicos de diversas épocas y best sellers, y coincide con obras que García Márquez elogió públicamente en entrevistas y notas de prensa. En el Centro Gabo hemos identificado estos textos:
Drácula. Bram Stoker
El lazarillo de Tormes. Anónimo
El viejo y el mar. Ernest Hemingway
El extranjero. Albert Camus
Antología de la literatura fantástica. J.L. Borges, A. Bioy Casares y Silvia Ocampo.
El día de los trífidos. John Wyndham
Crónicas marcianas. Ray Bradbury
El misterio del miedo. Graham Greene
Diario de la peste. Daniel Defoe