50 años de El Sistema: entre amores trágicos y la espera de la resurrección

El Sistema cumple 50 años. Cifra de honda trascendencia: es medio siglo de una idea que avalaron con insólita confianza los gobiernos del ocaso de nuestra democracia por el tesón y la habilidad de José Antonio Abreu, el artífice que la hizo prender como emblema de algo que crecía y justificaba la riqueza y el sistema de libertades y de reivindicaciones que la alternancia política había intentado respaldar. En 1999, con la llegada de la Revolución Bolivariana, El Sistema consolidó su expansión, comenzaron sus giras planetarias, se intensificó el apoyo de grandes figuras internacionales, maestros de la batuta, estrellas instrumentistas, cantantes prodigiosos parecían disputarse tocar con los centenares de jóvenes que integraban la legión de orquestas que se extendían por todo el territorio nacional.

Dentro y fuera del país, la Sinfónica Simón Bolívar, su buque insignia, era dirigida por Giuseppe Sinopoli, Claudio Abbado, Simon Rattle, Daniel Barenboim, Nikolaus Harnoncourt, quienes saludaban a un joven maestro que pronto los sucedería en varios de los podios que ellos dejaban vacantes por muerte o por continuar su trayectoria: Gustavo Dudamel, en quien parecía recaer el relevo del Maestro Abreu al este fallecer en la segunda década de este siglo. Han sido 50 años de historia, no siempre brillante, no siempre honrosa, no siempre coherente, pero es medio siglo de un símbolo que nos trasciende como país, con nuestro favor o a pesar de sus inconsecuencias.

Una batuta con plena conciencia de su oficio

El domingo 23 de febrero llegaba a su cumbre una celebración de semanas festejando el cincuentenario, llenando diversos espacios de Caracas, y, creo, del país. En la Plaza de los Museos, en el parque de Los Caobos se presentaría un evento multitudinario. Quien suscribe ha sido alérgico a estas manifestaciones aglutinadoras, tanto en sus 10, 20, 40 años, incluso en las reiteradas versiones de la Novena Sinfonía de Beethoven, con más gente en escena que en el público; así que ese domingo preferí la intimidad de la Sala Simón Bolívar del Centro Social de Acción para la Música para escuchar a la Orquesta de Cámara que porta el epónimo del Libertador, dirigida por el joven Enluis Montes Olivar, para llevarme una agradable sorpresa, la de una batuta con plena conciencia de su oficio, con vigilante atención de las dinámicas, de las gradaciones sonoras, de darles un sentido expresivo y con capacidad de hacer que sus alrededor de ochenta músicos sonasen como un virtuoso.

Los últimos años hemos padecido direcciones de orquestas empeñadas en sonar rotundamente, cuando no en competir con las voces o los solistas que acompañan, trasladándonos a una aburrida monotonía que no habla bien de la evolución musical de nuestros talentos venezolanos. Por eso me impresionó muy favorablemente el trabajo de este menudo joven Montes Olivar, quien abrió fuego nada menos que con la Obertura Fantasía Romeo y Julieta, en la cual el genio de Tchaikovsky condensa en 20 minutos toda la tragedia de los jóvenes amantes shakespereanos. En la memoria guardaba una versión de hace años sellada con el preciosismo habitual de Eduardo Marturet, y sobre todo, la magia transparente de la que incluso sonando con más de 100 músicos era capaz de desgranar el maestro Claudio Abbado, un domingo de gloria en el Aula Magna. Montes Olivar, si no estuvo presente ese día, se ha estudiado al detalle, el trabajo del director italiano, pues reprodujo muchos de los detalles que caracterizan aquella indeleble lectura.

Los crescendi meticulosos, la suntuosidad de las cuerdas, el fragor de los metales y la percusión en el tema de los Capuletos y los Montescos, el lirismo embriagador del tema de los enamorados, el pulso del arpa en la narración de su idilio, las síncopas entreveradas de la reexposición del primer tema, el drama intenso al confundirse éste con el de Romeo y Julieta y la precipitación en la tragedia, el ataque preciso en piano del tema de los amantes en esa reivindicación casi wagneriana del amor, con la contención exacta, no exenta de pasión, que marca el inefable final, que a un servidor mantuvo al filo de la emoción durante toda la ejecución.

50 años de El Sistema: entre amores trágicos y la espera de la resurrección
Foto cortesía

Mahler I

Posiblemente la Cuarta Sinfonía de Mahler sea la más accesible para el oyente lego en la obra de este compositor austríaco que tanto define nuestra modernidad, a más de un siglo de su muerte; no solo por su longitud, bastante tradicional, sobre todo con respecto a lo que será constante después de ella, sino por su transparencia y amabilidad. Es casi el equivalente de la Pastoral beethoveniana, con un atractivo adicional: incluye a la voz humana en el movimiento final en un gran lied sinfónico. Es verdad que la No. 1, “Titán, tiene la ventaja de la brillantez y la potencia envuelta en memorables melodías, pero la serenidad predominante de la Cuarta puede enamorarnos.

Montes Olivar volvió a hacer de las suyas en la ejecución de esta sinfonía como segundo plato de esa mañana. Sin perder la cohesión sonora que Mahler necesita para ser siempre afirmativo, el joven director entendió a maravilla el valor del trabajo como solistas de las diferentes secciones de la orquesta, y de los solos que el compositor ha repartido por la partitura.

Las trompas siempre en su tono felizmente rotundo, la diversidad de emociones que conllevan los pasajes con aires populares o los trazos de las canciones del propio Mahler, las cuerdas protagonistas esenciales del legato evanescente del Ruhevoll (Pacífico, el tercer movimiento), las amalgamas tímbricas de los metales y las maderas en los cruciales pasajes que recorren la sinfonía, la diafanidad del arpa, el pulso consistente que no agobiaba ni empujaba los distintos tiempos, los contrastes en los que abunda esta obra, en las evocaciones de la Segunda Sinfonía o en los estallidos de los cambios modales o en los casi caprichosos saltos de octava sembrados, a veces, inesperadamente por el compositor. Todo estuvo marcado por una pulitura tímbrica y unos juegos dinámicos, muy notables y casi excepcionales en nuestro ambiente musical actual caraqueño.

La solista del lied de la cocina celeste, con su visión terrenísima del Paraíso, con los santos cuidando, cultivando, preparando los manjares y haciendo sonar una música inimaginada en La Tierra con Santa Cecilia dirigiendo los coros angélicos, fue la también muy joven Aimée Martínez, cuyo timbre aniñado y un poco inseguro, sirvió un matiz paradójicamente adecuado a lo que cantaba, como si ella misma estuviese visitando los parajes celestiales y no se creyera lo que contemplaba. Hubo un momento en que de su voz y su rostro se apoderó una melancolía que Mahler, estoy casi seguro, en esa ironía trágica que lo acompañó en todas sus composiciones, habría aprobado.

Este genio austríaco ha sido un compositor consentido por El Sistema: entendían como logros heroicos -y efectivamente lo eran- las interpretaciones de la “Titán”, la inefable Quinta, con su cinematográfico Adagietto, y en constante gradación, en las batutas de Dudamel, Vázquez o Rattle, la Segunda, hasta llegar en 2010 a la cumbre, cuando en compañía de la Filarmónica de Los Ángeles, con el podio ya liderado por la primera de las batutas citadas, se interpretó el ciclo completo de las Nueve Sinfonías.

50 años de El Sistema: entre amores trágicos y la espera de la resurrección
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En busca de la Resurrección

Entre ellas, la Sinfonía “Resurrección” es quizás la obra que dispute la recurrencia más frecuente a la No.9 de Beethoven en el repertorio de nuestras orquestas juveniles. Y Christian Vázquez ha sido uno de los que más la ha dirigido en nuestras salas. El sábado 1° de marzo, el siguiente al concierto antes comentado, volvió a convocarnos para una nueva audición de esta magnífica obra, esta vez dirigiendo a una de las criaturas más recientes de El Sistema, la Orquesta Juan José Landaeta.

Con ese historial uno esperaría que la interpretación que Vázquez liderara fuese más allá de la sonoridad avasallante, dramática que esta sinfonía y su compositor requieren, y profundizara en la búsqueda expresiva, a través de las dinámicas y los efectos. En su dirección está esa dicción robusta que es sello de nuestras orquestas juveniles, y que clava en el asiento de inmediato al espectador no más suenan los primeros compases de las cuerdas bajas en sus trémolos y staccato violentos, está el crispado melodismo y tonalidad de las frases heroicas y elegíacas de las maderas, la incandescencia poderosa de los metales, contra los cuales, de manera muy sabia, Vázquez sabe oponer y sostener un equilibrio sonoro de un impacto extraordinario, pues es posible escuchar discernidamente toda la gama orquestal que el compositor imaginó para esta sinfonía. Pero hay pocas más audacias: fue notable el pasaje en pizzicati, perfectamente acompasados con las arpas, y su amalgama con las maderas en los minutos finales del Andante moderato.

Fue magnético el aire popular que abre el Scherzo en nuevos hallazgos tímbricos de la sincronía cuerdas-maderas, con el virtuosismo de clarinetes y fagotes, fue electrizante el climax que consigue en el tutti, casi repentino, pero luego no hay contraste dinámico en la sutileza de las cuerdas, y nunca entendí que los timpani sonasen destemplados durante los dos primeros movimientos de la Sinfonía, y si fue una elección estética lo de hacer que las pulsaciones en fortissimo de las arpas sonasen como golpes y zarpazos, es una muy debatible. Vázquez desplegó un espectro dinámico limitado que pocas veces llegaba al pianissimo, mientras que se recrea en las imponentes antípodas del forte. Como si entre esos blancos y negros no hubiese grises, que si los hay, y a través de ellos cuenta Mahler la historia de esta Sinfonía No. 2: la muerte de Hans Von Bülow, sus funerales, los recuerdos del compositor sobre este artista a quien él desea emular, el hallazgo del poema de Klopstock “Resurreccion”, y el paso de una vida de esteta, atormentada y gloriosa a una muerte que vencerá al tiempo y al olvido, con la convicción de ese mundo ultraterreno al que Mahler se aferraba para vencer el terror a su propia mortalidad.

Con el intento, no ensayado, de narrar este relato, hubiese Vázquez preparado mejor el marco para la notabilísima rendición de la mezzosoprano Marilyn Viloria en el Urlicht que representa el abandono de la atadura terrenal para acceder a los parajes inmateriales (como se ve, constante conceptual de la obra mahleriana): he escuchado a esta cantante en sus lecturas de ópera italiana, y no había disfrutado tal adecuación de color, dicción y facilidad de expresión como esta en lengua germánica, en las densas melodías mahlerianas que deben no poco a Brahms y a Wagner en su instrumento. Una grata sorpresa a tener muy en cuenta.

Vázquez recuperó su personalidad en el logradísimo tono sombrío del solo de los trombones que anuncia el tema cumbre de la Resurrección y cómodo en su sonoridad plena mantuvo su cumbre en la fanfarria épica que se sucede. Aquí sí válidó la fiereza de las arpas compitiendo con los contrabajos y los timpani, pero la percusión no le fue fiel en el imprescindible crescendo que con bombo, timpani y gong debe iniciar, pero él siguió impoluto hacia su cima en alas de los compases militares que van erizando el sonido, en lo que pareciera que la misma música ignora es una espléndida marcha fúnebre que se derrumba como un Valhalla en su apogeo para anunciar el tema que cantará enseguida la soprano, el de la imperiosidad de la resurrección, y luego se quedó a años luz de los sonidos etéreos que el compositor imaginó en la combinación de las trompetas fuera de escena y el piccolo en sala.

Patricia Laguado, a diferencia de Viloria, sonó más indecisa, con ascensos a la zona aguda faltos de apoyo del aire, bordeando lo blanco, incoloro y sin vibración, tal que si un niño sin demasiada técnica hubiese abordado este pasaje. Lo extraño es que en algunos pasajes conseguía el dominio de su emisión y su canto iluminaba incluso el acompañamiento del coro, pero ya su errático inicio había hecho mella en su prestación.

La entrada del coro (unidas la Coral Nacional Simón Bolívar y la Joven Coral Ángel Sauce) en el Aufersteh’n fue segura, pero quizás más oscura que angélica. Y fue increíble que conociendo el texto, el director no modificara en absoluto la preferencia por el forte mordente en lugar de un gradual ascenso de lo transparente a lo celeste. Cantar en la misma intensidad no refleja la esperanza del alma en el más allá, ni la delicadeza de la idea de la semilla sembrada en la eternidad, ni la confianza de que lo extinto resurgirá en nueva vida. Faltaron fraseos más articulados en el coro y ese transitar de lo tenue a lo rotundo. Si no se hace así, los efectos se debilitan o se acerca la música peligrosamente a la monotonía.

La trampa mahleriana es que el ritmo y la melodía se dirigen indefectiblemente a la exaltación y allí, intérpretes, director, ejecutantes y oyente pueden olvidar con facilidad estos contenidos verbales y ser impelidos a la apoteosis sonora incomparable que el autor confecciona con maestría y sentimiento. Y cualquiera de estas exquisiteces descritas arriba se disuelven en la emoción que produce ese sonido extraordinario. Y Christian Vázquez lo sabe. Triunfa de nuevo, aunque sin excusas.

50 años de El Sistema: entre amores trágicos y la espera de la resurrección
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Los próximos 50 años

En el primero de los conciertos aquí comentados, Montes Olivar, acompañado de otros fundadores de la Sinfónica Simón Bolívar, hizo un reconocimiento merecidísimo a los músicos que estaban tocando ese día y cumplían junto con El Sistema medio siglo de trabajo, evolución y magisterio, pues uno de los rasgos más encomiables es como se nutren de sus propios baluartes para formar a las nuevas generaciones.

En este marco, imposible de evadir ni de negar, y desde la admiración que me produce seguirlos desde sus inicios (16 años tenía yo cuando nació la semilla de Abreu y ya escuchaba música académica), celebro estos 50 años y entiendo que su supervivencia es una tarea indispensable, pero no lo es más que preservar el estado de libertades, derechos y procura de la felicidad y prosperidad, en los cuales El Sistema nació, se formó, no sin dificultades. Como habitante de esta misma tierra a la que sus orquestas han hecho henchir de orgullo, creo que nos toca ahora convocarlos a que en su cincuentenario se reencuentren más con su país y menos con el Estado que los subvenciona y que se sirve políticamente de ellos, tergiversando el mensaje de igualdad y de combate de toda opresión, sea esta económica, social, cultural o política. Los estandartes humanos de El Sistema renunciaron a defender estos ideales. Tocar y luchar fue su lema durante mucho tiempo. Han perseverado en el primer enunciado, incluso cuando no debían (el cierre de un canal de TV, en plena represión contra la juventud a la que proclaman representar, incluso mientras aherrojaban y torturaban notoriamente a uno de sus músicos), y han sido, por lo menos negligentes, en el segundo. Acaban de cumplir una gira por el mundo, en medio de una de las coyunturas políticas más terribles y delicadas de nuestra historia: la púgna por la validación de una elección democrática, y sus fragores musicales silenciaron la declaración que muchos medios del orbe, preocupados por el devenir democrático de Venezuela, esperaban de su vitrina más notoria y feliz.

Ojalá no les tome 50 años más luchar y cohesionarse al lado de su gente. Es el mejor deseo que se les puede formular en la dramática hora que vivimos y que ellos padecen también, porque de otra manera no valdrá la pena. 

AICA Venezuela

Panorama cultural venezolano, pasado y presente

Justificación

Reanudamos nuestra colaboración con este blogreproduciendo el artículo de Rodolfo Izaguirre  publicado por el diario El Nacional  el 17 de abril de 2022.
Es una estupenda síntesis del panorama cultural venezolano pasado y actual, que seguramente compartirán muchos de los participantes de los cursos de Silla Reservada. 

Para celebrar a AICA

Yo fui amigo de Juan Liscano y él me dijo una vez que la burguesía venezolana no lee. Conoce quienes fueron Haydn y Beethoven, pero no logra reconocer ninguna de las sonatas de Mozart, aunque sabe que compuso Cosi fan tutte y Don Giovanni. Conoce personalmente a los pintores venezolanos y extranjeros y seguramente les ha comprado algún cuadro pero solo tiene eso: un barniz cultural.

Yo no soy tan culto, pero sé reconocer una sonata de Mozart y me deleita la voz de Kiri Te Kanawa. Lo que tengo es edad para haber navegado junto al caudaloso río de la cultura y haber tenido la suerte de escuchar que detrás de la montaña de Sainte-Victoire que Cézanne pintó muchas veces o de sus jugadores de cartas acechaba el cubismo; escuché a René Magritte decir que una pipa pintada por él no es una pipa y a Picasso confesar que a los 12 años sabía dibujar como Rafael, pero necesitó toda una vida para aprender a pintar como un niño y conocí a los Disidentes y nos negamos Perán Erminy y yo, en París, a integrar una abominable y estúpida comisión que iría donde Fernand Léger a decirle que no enviara el mural que vive en el patio techado del Aula Magna ni el vitral que ilumina la Biblioteca de la ciudad universitaria de Caracas porque era comprometerse con un dictador llamado Pérez Jiménez. Un disparate de aquellos jóvenes venezolanos que jugaban a ser revolucionarios mientras manejaban torpemente una célula comunista.

He logrado desterrar las ideologías que estuvieron obstaculizando o maltratando la fluidez de mi propio pensamiento y es por eso que camino, a mis 90 años, dispuesto a vencer la distancia que me separa, en apariencia, de nuevos horizontes y derrotar los despropósitos políticos que me abruman.

Es la suerte que he tenido: haber vivido mis primeros 40 años para ver nacer a asociaciones como la Asociación Internacional de Críticos de Arte que está celebrando sus primeros 50. Lo que quiero decir es que he seguido de cerca los caminos que ha tomado la cultura en un país petrolero que tiende a negar la belleza y la sensibilidad.

Mi hermano José Luis, amigo de Armando Reverón, me llevó siendo yo un niño a conocerlo en el Castillete que construyó cerca de Las Quince Letras en Macuto. Reverón estaba disfrazado de torero y la impresión que tuve fue que se estaba burlando de nosotros y nosotros siempre creímos que nos burlábamos de él. ¡Así conocí a ese venezolano irrepetible ¡También vi a Alejandro Otero y a Benjamín Mendoza ejercer ilegalmente la arquitectura y la ingeniería civil porque los dos sin ser arquitectos ni constructores levantaron sus casas en San Antonio de los Altos!

Armando Reverón

La maravilla de lo que estoy diciendo se hizo posible porque yo tenía apenas 4 años cuando murió en Maracay, y aun sigue vivo, el general Juan Vicente Gómez y conmigo empezó a asomarse en 1935 el siglo XX venezolano porque con la muerte del tirano comenzó a nacer el país que creemos ser, el país que trata, gracias a AICA y a gente amiga, ustedes, críticos, artistas y escritores, de no ser un país primitivo.

Estuve en el Nuevo Circo viendo el tamunangue y todas las manifestaciones folklóricas en homenaje a Rómulo Gallegos, el primer civil novelista y cineasta en ser elegido presidente de la República en elecciones universales, libres y secretas. Yo tenía 13 años y gracias a Juan Liscano vi por primera vez aquella danzas y descubrí que existía un país cultural y el cine contribuyó a que descubriera que también existía una geografía, es decir, un país geográfico porque Bolívar Films para mantener la salud financiera de la empresa filmaba la obra de gobierno de los presidentes de estado que era como se llamaban entonces a los gobernadores y luego esas películas se proyectaban en todas las salas de cine y por primera vez el hombre de Maturín o de Anzoátegui veía cómo era el hombre y las calles de San Cristóbal y el hombre de Ciudad Bolívar, de San Juan de los Morros o de Petare veía también por primera vez cómo era el hombre y el lago de Maracaibo.

No se conocían porque no había carreteras, solo la Trasandina que se diseñó en tiempos de Gómez. Las cámaras cinematográficas eran enormes y pesadas y no podían viajar por tierra porque el polvo del camino las dañaba. Tenían que viajar por avión. ¿Avión? Sí, porque Eleazar López Contreras compró la Línea Aérea Francesa y creó Aeropostal.

Hoy nadie sabe qué es o dónde queda Taborda, pero en los años treinta y cuarenta del siglo pasado era muy nombrada porque en Taborda, cerca de Puerto Cabello, terminaba la carretera de macadam, no de asfalto, sino de cemento que venía desde Caracas y comenzaba allí, en Taborda, la carretera de tierra y los viajeros que venían del interior al llegar a Taborda escuchaban que los cauchos del automóvil o del autobús en lugar de sonar ásperos, susurraban. Entonces se quitaban el pañuelo de la cara que los protegían del polvo del camino y gritaban: ¡Llegamos a Caracas! ¡Y faltaban cinco o seis horas para llegar a Caracas!

¡Llegaban a la civilización! Tres días para llegar a Mérida y cuatro para llegar a San Cristóbal. Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez tardaron una semana en llegar a Caracas desde el Táchira.

Taborda fue en cierta medida el lugar donde William Blake debió situar en 1793 el matrimonio del cielo y del infierno porque llegar a Taborda desde el interior era llegar al cielo, pero dejar Taborda y entrar a la Trasandina era conocer el infierno de la carretera de tierra.

De manera que vi nacer los museos, vi florecer las galerías de arte; presenciar cómo en el mundo y en la propia Venezuela el arte explotó y se avivó un pluralismo que se hizo un todo de tendencias, formas, técnicas cada vez más personales y comenzaron a convivir la pintura, el dibujo, las instalaciones, la arquitectura, los conceptos, la fotografía, las artes gráficas como  si se desvanecieran las antiguas fronteras, como si no existieran límites y aparecieron en el paisaje de las artes plásticas nuevos imaginarios, infinidad de nombres que por espacio o deferencia no puedo mencionar porque el apellido de todos esos artistas, de ustedes, al igual que el apellido de Lucifer, es Legión.
Ellos fueron afirmándose en obras de importancia que comenzamos a reconocer en los museos y en galerías como la Durbán, por ejemplo, que Bélgica Rodríguez consagró en un hermoso libro que vivirá para siempre. Fue entonces cuando escuché decir que el arte era un ¡Sálvese quien pueda! Porque el arte, quiero decir, ustedes, decidieron y aceptaron no ser convencionales; el arte se hizo acción, perfomance, no le dio vergüenza ser conceptual o experimental, abstracto o figurativo.

Soy poco versado en estos asuntos, pero descubrí, no me lo dijo nadie, lo descubrí yo mismo, que el arte es una gran mentira, pero esa portentosa mentira es mi propia verdad y esta verdad es la única arma que poseo, es el poder que me defiende del desamor y de la injusticia, de la autocracia y del despotismo.

Puedo afirmar que soy un ser privilegiado. ¡Un venezolano de privilegio! Durante largos años dirigí, para bien o para mal, la Cinemateca Nacional y navegué y sigo navegando en el cine; durante cincuenta años me encendí de amor por Belén Lobo, la bailarina que vio nacer en Venezuela el ballet y la danza moderna porque también el ballet nació con ella y me atrapó el conocimiento del port de bras y la perfección de la promenade e hice míos los nombres de Marius Petipa, Serguei Diaguilev, Martha Graham, Merce Cunningham y con ellos los nombres de la orquesta Casino de la Playa, Billo Frómeta, Armando Manzanero, Arnold Schönberg, Alban Berg, Krzysztof Penderecki, y entre nosotros a Zhandra Rodríguez, a Sonia Sanoja, a Vicente Nebreda y músicos como Antonio Estévez, Rhazés Hernández López, Diógenes Rivas.

Junto a Adriano González León, Salvador Garmendia, Guillermo Sucre, Luis García Morales, Perán Erminy, Elisa Lerner estuve en el Grupo Sardio que renovó la literatura venezolana y luego participé activamente en el Techo de la Ballena, un tardío dadaísmo que sacudió la apacible floresta cultural venezolana, le dio categoría de arte a la necrofilia con la célebre exposición de Carlos Contramaestre y Caupolicán Ovalles se burló del Presidente de la República con el poema «¿Duerme usted Señor Presidente?»

Puedo en dos minutos exponer la importancia cultural que concedo a los años cuarenta del pasado siglo. La Compañía de los Ballets Rusos del Coronel de Basil se deshizo en Caracas y dos bailarines argentinos, los esposos Eric y Luz Thompson quedaron varados pero conocían a Freddy Reyna, amigo a su vez de Dionisio López Orihuela, director del liceo Andrés Bello y Freddy logró que Orihuela, para favorecer a los Thompson, creara una cátedra de ballet.
Era la primera vez que se hablaba de ballet en esos términos porque la última y única vez que se mencionó fue en 1927 cuando Ana Pavlova llegó a Puerto Cabello, bailó para el General Gómez y luego en el Municipal de Caracas. Se dijo, porque no existe ningún documento, que Gómez ordenó que todos los maridos acompañaran a sus esposas al Municipal para deleitarse con la exquisitez de Ana Pavlova a quien regaló el nombre de Pavlova en morocotas de oro y aquellos maridos bigotudos tuvieron que abandonar el brandy, el póker y las putas para acompañar a sus esposas a un espectáculo que debió parecerles de maricones.

De la cátedra de ballet inventada para que pudieran sobrevivir los Thompson surgirán Vicente Nebreda, Sonia Sanoja, Graciela Henríquez y poco mas tarde la Nena Coronil, las hermanas Contreras y en esa misma década llega al Andrés Bello, el mexicano Obregón a dictar un taller de expresión corporal y trae a un asistente llamado Grishka Holguin quien va a fundar en Venezuela la danza contemporánea; y al liceo Fermín Toro llega el español Alberto de Paz y Mateo que acompañó a Federico García Lorca en la Barraca, la compañía  que llevó teatro a todos los pueblos de España. Y Alberto de Paz y Mateos creó el Teatro Experimental del Liceo Fermín Toro de donde saldrán Nicolás Curiel y Román Chalbaud. Y por falsa modestia he dejado para el final que en el Fermín Toro van a encontrarse en esos mismos años Adriano González León, Luis García Morales, Elisa Lerner y Rodolfo Izaguirre quienes van a crear el grupo Sardio, renovador de la literatura venezolana.

¡El ballet, la danza contemporánea, el teatro moderno y la renovación literaria nacen simultáneamente en dos liceos y en un país que celebra a un presidente civil! La última noticia que tuve del Fermín Toro fue la de unos estudiantes encapuchados que intentaban estrangular a un profesor y supe también de alguien que reparaba una motocicleta sobre el escenario del Teatro Nacional.

El homenaje a la necrofilia fue un sonoro escándalo porque Carlos Contramaestre, trató las vísceras de res, las pegó sobre lienzos y las expuso en el garaje alquilado de una casita en Sabana Grande. El martes estaba yo a las diez de la mañana cuidando la exposición cuando vi que algo se movía en aquellos «cuadros». «El arte tiene vida, me dije y allí siguen esos curadores parloteando a su gusto». Me acerqué y vi que eran gusanos que se movían en las vísceras mal tratadas por Contramaestre, a pesar de ser médico. ¡Pero eran gusanos del arte y no los que se movían, protestaban y eran desterrados de la ya agusanada Revolución Cubana!

En la hora actual soportamos maltratos políticos, pero la cultura sigue siendo un potro indomable, un remolino estremecedor. No hay museos; milagrosamente se editan libros, proliferan galerías de arte en las urbanizaciones de Caracas; los actores buscan la manera de levantar los telones en el Trasnocho Cultural y AICA para alegría de todos celebra años de intensa vida activa y resplandeciente.

Centenario del nacimiento de  Astor Piazzolla (1921-2021)

Criticado ferozmente por los ortodoxos del tango, cuando el compositor y bandoneonista comenzó a innovar en este ritmo, influenciado por su formación académica en Nueva York y París, así como por el jazz. A los 13 años, fue uno de los bandoneones en la orquesta  de Carlos Gardel. Acompañó al cantante cuando filmó El día que me quieras. Además, tuvo un papel secundario como vendedor de periódicos. 

Con Balada para un loco llegó la popularidad y el éxito para Piazzolla. Después de décadas de incansable trabajo fue reivindicado, y pudo gozar de fama y reconocimiento antes de morir, a los 71 años, en 1992. Se le considera uno de los más grandes músicos argentinos.

De regreso a Buenos Aires  tocó tango tradicional en las orquestas de Miguel Caló, y la mítica de  Aníbal Troilo.  En 1954, con su polémica Sinfonía de Buenos Aires”, ganó una beca que le permitió viajar a París para estudiar con Nadya Boulanger. Ese encuentro fue decisivo en su carrera. Él la recordaba así: “Ella, más que nada, me dio confianza en mí mismo, me hizo ver que yo en el fondo era un tanguero, que lo demás también era importante, pero no era lo mío, era otro yo cerebral, falso. Y entonces todo lo que yo tenía contra el tango se volvió a favor dentro de mí”.

Astor Piazzolla con su maestra Nadia Boulanger

Antes de regresar grabó los temas que anunciaban la revolución: “Prepárense”, “Picasso”, “Imperial”, “Marrón y Azul”, y ya en Buenos Aires convocó a los músicos para integrar el Octeto, que influiría decisivamente en la futura evolución del tango, por sus novedosas transformaciones rítmicas y contrapuntísticas.

«Mi sueño de toda la vida era hacer música y no hacer tango; el tango surge porque soy un hombre de Buenos Aires, y, lógicamente, lo llevo en la sangre», explicó el músico argentino en una de sus últimas visitas a nuestro país. El tanguero es de una secta que nace, vive y muere por el tango, ignorando cualquier otra variante de la cultura. Hace 40 años en Buenos Aires nadie se atrevía a violar esa religión llamada tango, pero la renovación era totalmente necesaria, como lo es en cualquier otra música. Los tangueros nunca han aceptado mi música», explicaba con cierto tono de tristeza superado por el paso de los años. «Creen que soy un loco, pero yo creo que los locos son ellos. Actualmente en Argentina existen dos tangos: uno que se paró en los años cincuenta y el nuestro, que mira hacia adelante».

Estos cinco discos marcaron una época en Argentina y Europa:

Adiós Nonino (1959)

Un álbum marcado por la muerte de su padre, Vicente, cuya noticia le llegó cuando se encontraba de gira por Centroamérica. El título del disco y la canción hace referencia al apodo de éste, Nonino. Compuesta a su regreso a Nueva York, en un momento de profunda tristeza y de angustias económicas, las mismas que le acompañaron durante toda su vida. Fue el tema con el que comenzó su famoso concierto del Teatro Colón en 1983, con el que definió su estilo.

Las cuatro estaciones porteñas (1964-1970)

Consideradas obras maestras, aunque no fueron escritas al mismo tiempo. «Verano Porteño», en 1964; «Otoño Porteño», en 1969; «Primavera Porteña» e «Invierno Porteño», en 1970. Fueron compuestas para el Quinteto Nuevo Tango, una de sus mejores formaciones del bandoneonista, acompañado por violín, piano, guitarra eléctrica y contrabajo.

Libertango (1974)

Fue publicado por primera vez en 1974 en Milán. Él la concibió con una obra instrumental, pero se hizo mundialmente conocida a través de la versión cantada que grabó con Grace Jones en inglés. El director Román Polanski también la utilizó como banda de sonido de su película Frenético (1988).

Años de soledad (1974) 

Grabada  junto al saxofonista Gerry Mulligan, toda una leyenda que acompañó a Miles Davis y Chet Baker. Con el tiempo se convirtió en un clásico del repertorio de Piazzolla y acabó convirtiéndose en una pieza con repercusión mundial.

Oblivion (1984)

Compuesta durante su estancia en Estados Unidos,  llamó la atención de Marco Bellocchio, quien decidió incluirla en la banda sonora de la película Enrico IV.  La obra tuvo una versión cantada con letra de Horacio Ferrery  que fue estrenada por la cantante italiana Milva. 

En la programación del Canal Clásico de Radio Nacional de España:

Sinfonía de la mañana 24/01/2021. Centenario de  Piazzolla. Hablamos con Daniel «Pipi» Piazzolla (nieto de Astor) y Federico Lechner sobre «Piazzollax100» y el centenario del nacimiento del maestro del tango.

Sinfonía de la mañana 28/10/2015 Astor Piazzolla – Adiós Nonino

La dársena  09/03/2021 Patagonia Express Trío rinde tributo a Piazzolla Con motivo del centenario del nacimiento de Astor Piazzolla, el Patagonia Express Trío que lidera su amigo y colaborador Gustavo Beytelmann, presenta su primer proyecto discográfico.

El Patagonia Express Trío es un grupo de cámara de esencia clásica que rinde tributo a sus raíces rioplatenses y está integrado por los hermanos Óscar y Claudio Bohórquez, violín y violonchelo respectivamente, quienes se reúnen con el veterano pianista Gustavo Beytelmann.

Declaraciones de los miembros del Patagonia Express Trío sobre su proyecto artístico y sobre la trascendencia de Astor Piazzolla, el creador del tango de concierto. El pianista y compositor Gustavo Beytelmann comparte sus recuerdos y experiencias vividas durante años de colaboración con Astor Piazzolla, dentro y fuera del escenario, al tiempo que transmite su sabiduría a los hermanos Bohórquez para mantener vivo su legado.

10 películas con música de Astor Piazzolla

1. «Armagedón» de Alain Jessua (1976). Tema: Armagedón

2. «Último tango en París» de Bernardo Bertolucci (1972). La banda sonora es de Gato Barbieri, Piazzolla escribió inicialmente un demo que al final no fue utilizado. El tema inédito es un tango melancólico que muchos hubieran querido se incluyera en el soundrack del filme.

3. «Llueve sobre Santiago» de Helvio Soto (1976). Tema: Presagio (Salvador Allende) Uomo del sud Temas: Salvador Allende Combate en la Fábrica La maison de Monique Bidonville II pleut sur Santiago Jorge adiós

4. «12 Monos» de Terry Gilliam (1995). La obra titulada «Suite Punta del Este» compuesta por Piazzolla para bandoneón y orquesta de cuerdas fue incluida en el soundrack de este largometraje de ciencia-ficción.

5. «Lumiere» de Jeanne Moreau (1975)

6. «Luna de miel» de Nadine Trintignant (1975). Tema: La felure

7. «El exilio de Gardel» de Fernando Solanas (1984).Piazzolla compuso toda la banda sonora de este filme junto con su Quinteto, lo cual lo hizo merecedor del premio «Cesar de Oro» en Francia a la mejor música de película.

8. «Henry IV» de Marco Bellocchio.Tema: Oblivion

9. «Cadaveri eccelenti» de Francesco Rosi.Tema: Jeanne y Paul

10. «Sucedió en Buenos Aires» de Enrique Cahen Salaberry.Se escucha el famoso tema Adiós Nonino.

Instrumentos de la orquesta, Vientos madera (I): Oboe y Corno inglés

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Dos vientos madera y su ubicación en la orquesta sinfónica

Trataremos sobre dos instrumentos de la familia vientos madera cuyo sonido podemos confundir  si bien los reconocemos en los videos por sus boquillas, su ubicación en la orquesta, y el periodo musical de la obra que escuchamos. 

Una breve descripción y un repertorio fácil de ubicar en YouTube y a escuchar  atentamente varias veces logrará que alcancemos la total identificación auditiva.

El oboe

Tres oboes: tradicional, barroco y moderno. Puede apreciarse la evolución y el desarrollo de las llaves, así como la madera y la forma del taladro, la campana y la lengüeta.

La palabra oboe llegó al castellano a través del nombre que el instrumento recibe en otros países;  en Francia se llama “hautbois” y en Alemania “Hoboe”. Los antepasados del oboe son el aulos de los griegos y la gaita.

El oboe entra en la orquesta sinfónica a mediados del siglo XVII.

Habitualmente se fabrica en madera, para crear un sonido de textura muy especial. Su timbre es a la vez claro, coloreado, “hueco” y cálido.Ágil y preciso, permite efectos virtuosos, siempre expresivo.

El oboe está afinado en Do; por tanto, no es un instrumento transpositor como el corno inglés y tiene un registro entre mezzo-soprano y soprano. Las orquestas suelen afinar escuchando al oboe tocar el tono de concierto: un La 3 a 440 herzios (es el la que se encuentra por encima del Do central del piano, vibrando unas 440 veces por segundo o, lo que es lo mismo, a 440 Hz). 

La razón de afinar empleando el oboe, es que, de entre todos los instrumentos de la orquesta, sin contar el piano, es el que posee un tono más estable, permaneciendo constante a pesar de los cambios en la temperatura o la humedad. Además, en comparación con muchos otros instrumentos, al dejar de tocarse durante mucho tiempo, es el que menos se desafina.

La tesitura del oboe está comprendida entre el Si bemol 2 grave y el Sol 5 sobreagudo. El Si bemol grave es el límite absoluto. En el registro sobreagudo el Sol puede ser sobrepasado en algunos semitonos, pero estas notas resultan comprometidas para un oboísta de fuerza media. Para tocar en este registro, al oboe se le ha añadido una tercera llave de octava, pero incluso así resulta pesado y difícil. Los maestros clásicos evitaron escribir por encima del Fa natural sobreagudo, como puede escucharse en el Cuarteto para oboe y cuerdas de Mozart. El mejor registro del oboe está comprendido entre el La3 y el Re5, registro en el cual el oboe es un instrumento de inestimable valor para la interpretación de melodías, siendo un símbolo de pureza e ingenuidad cuando se trata de describir caracteres humanos. ​

El oboe es ante todo un instrumento melódico; tiene un carácter agreste, lleno de ternura, incluso de timidez. Los sonidos del oboe son adecuados para expresar el candor, la ingenua gracia, el dulce gozo, o el dolor de un alma en pena. Los transmite de manera admirable en los pasajes cantabile.

El sonido del oboe se distingue del de los demás instrumentos por ser más gangoso y nasal; también como acre, penetrante, áspero, cortante, ronco y aterciopelado. Este, junto al fagot y el corno inglés, forma un grupo muy homogéneo, que representa las cualidades más obvias de la doble lengüeta que los distinguen de otros instrumentos. El oboe sería la voz soprano; el fagot, el bajo, y el corno inglés, el tenor, y, aunque no se emplee mucho en las orquestas, el oboe de amor, el contralto. ​

El cuidado de la embocadura en el oboe merece mayor atención que en los demás instrumentos. El sonido del oboe, si es mal tocado, puede ser muy desagradable, agrio e ingrato, como ocurre con los estudiantes al principio, razón de peso que puede inducir al abandono del estudio del mismo. Pero un oboísta avanzado puede producir un timbre rico, cálido y hermoso.

 En contraposición a lo anterior, Gustav Mahler, para obtener una sonoridad más estridente, disponía los oboes y clarinetes de tal manera que sus campanas apuntasen directamente hacia el público. Este efecto es indicado en la partitura de su Sinfonía No. 8 (en alemán Schalltrichter auf). Por otro lado, el llamado efecto sordina, que consigue un sonido más apagado, se logra introduciendo un pañuelo en el pabellón del instrumento.

Antes de tocarlo, el  oboista humedece cuidadosamente la lengüeta doble con su saliva, si no lo hiciera, el instrumento no sonaría.

Preparando la lengüeta y humedeciéndola antes de tocar


La gama de recursos expresivos del oboe es muy extensa, siendo algunas de sus principales características la ingenuidad, la gracia y la elegancia, aunque lo patético no le es extraño; el oboe es el principal instrumento para interpretar obras con sentimientos «rústicos», por ejemplo, la Sinfonía No.  6 «Pastoral» de Beethoven.

También expresa el duelo, como en la Marcha fúnebre de la Sinfonía No. 3 Heroica  de Beethoven, el espanto y la desesperación, como en la “Carrera al abismo“ de la Condenación de Fausto de Héctor Berlioz, así como sabe cantar las más delicadas frases de amor, como en Romeo y Julieta de Berlioz, en el Concierto para violín de Brahms, en el solo del movimiento lento de Pélleas et Mélisande de Debussy; en Pedro y el lobo de Prokofiev, donde el oboe interpreta la voz del torpe pato o en la Sinfonía fantástica de Berlioz en la escena de los campos.

El corno inglés

Este instrumento es algo mayor que el oboe, por lo que su sonido corresponde a una quinta inferior, es decir, los sonidos reales escuchados correponden a una quinta más baja del que vemos escrito en la partitura. Expresa ternura, melancolía, agonía, nostalgia,

Fue utilizado por J. S. Bach bajo el nombre de “oboe de Caccia” (oboe de caza) y entra en la orquesta hacia 1750.Su nombre viene dado por el hecho de que en su origen, existía un modelo en forma de codo o “anglé” (angular) destinado a ser tocado a caballo y cuyo nombre por deformación ortográfica se convierte en “anglais· (inglés).

El apelativo anglais o anglois (‘inglés’) sería una deformación de anglé (angulado, curvado). En todos los idiomas se perpetúa esa confusión.  El ejecutante de este instrumento se llama normalmente el cornista, aunque también admite una forma correcta, pero menos usada, el anglocornista.

Derivado del oboe, por su construcción tiene doble lengüeta y tubo ligeramente cónico.Su campana con forma de pera le da un timbre un tanto más nasal y cubierto que el del oboe. Su cualidad de tono está más cercana a la del oboe d’amore. Si el oboe es el instrumento soprano de la familia, el corno inglés es considerado el contralto, mientras que el oboe d’amore es el mezzosoprano.

El corno inglés es un instrumento muy similar al oboe aunque de sonido aún más nasal. Alguna diferencia con respecto al oboe, es la forma de la campana, la cual es más bulbosa. Además, la boquilla va única al instrumento por un tubo de metal. Tanto el oboe como el corno inglés leen en clave de Sol.

Suena una quinta justa debajo del oboe. Es un instrumento transpositor: lo que suena no es lo mismo que lo que está escrito.Se dice que «está en Fa»: es decir, que cuando el ejecutante (generalmente un oboísta) oprime la combinación de teclas que en un oboe produciría un Do3, en el corno inglés produce un Fa2. Esto es: el corno inglés suena una quinta justa más grave que lo que está escrito. Un ejemplo de otro instrumento afinado en Fa es la trompa, comúnmente denominada corno francés.

El corno inglés está afinado a una quinta justa por debajo del oboe.Su extensión va desde el Mi3 hasta el Si bemol 5 (dos octavas y media); aunque, según la orquestación de Ravel de Cuadros de una exposición de Músorgski, debería llegar al Mi bemol grave.

Se considera que el corno inglés tiene un timbre más meloso y plañidero que el oboe. Su apariencia difiere de la del oboe en que la lengüeta está adherida a un tubo de metal ligeramente curvado, llamado bocal, y que la campana tiene forma bulbosa.

Era muy poco usado antes del romanticismo, pero luego fue un instrumento común en la orquesta. Sin embargo, es raro en la música de cámara, donde es reemplazado por la trompeta o el fagot. En las bandas sonoras de las películas de cine, el corno inglés aparece tanto o más que el oboe, debido a su timbre más «redondo»u oscuro. .

El corno ingles es  muy apreciado como instrumento solista por su sonido más sombrío y profundo que el del oboe. Debido a esto y a su tamaño, no es tan ágil como el oboe. Debido a que las posiciones son muy parecidas a las del oboe, no es muy difícil para un oboísta hacerse cargo del corno inglés. De hecho, en las composiciones orquestales se suele dejar la interpretación del corno inglés al tercer oboe. 

Todas las referencias han sido adaptadas de internet.


Repertorio para oboe

Ennio Morricone. Gabriel´s oboe, tema principal de la película La Misión.

Wolfgang Amadeus Mozart. Concerto para oboe, K. 314 Cuarteto con oboe, K. 370.

F. Poulenc. Fragmento de la Sonata para Oboe y Piano

Rimsky Korsakov. Solo de oboe: Tema de Sherezade.

Antonio Vivaldi. Doce conciertos, Opus 7 (diez son para violín, dos para oboe).

Tomaso Albinoni12 Concerti a cinque. 

George Frideric Handel. Sinfonía El arribo de la reina de Saba. Conciertos y sonatas para oboe; Sonata para oboe en do menor (HWV 366).

Johann Sebastian Bach.Conciertos de Brandemburgo 1 y 2, Concierto para violín y oboe.

Georg Philipp Telemann. Conciertos y sonatas para oboe.

Alessandro Marcello. Concierto en re menor.

Robert Schumann.Tres romanzas para oboe (o violín) y piano.

Richard Strauss. Concierto para oboe.

Camille Saint-SaënsSonata para oboe y piano, Op. 166. 

Benjamin Britten. Seis metamorfosis de OvidioVariaciones temporalesTwo Insect Pieces.

Carl Nielsen. Dos fantasías para oboe y piano.

Ralph Vaughan Williams. Concierto para oboe y cuerdas. Diez canciones de Blake, para oboe y tenor.

Witold Lutoslawski. Doble concierto para oboe y arpa.

Paul Hindemith. Sonata para oboe y piano.

Ígor StravinskyPastorale (transcrita en 1933 para violín (oboe) y cuarteto de viento).

Repertorio para corno inglés

Robert Schumann. Manfred. 

Emmanuel Chabrier. Lamento for English horn and orchestra. 

Gaetano Donizetti. Concertino in G major.

Arthur Honegger. Concerto da camera, for flute, English horn & string orchestra.

Walter Piston, Fantasy for English horn, harp and string orchestra.

Ermanno Wolf-Ferrari. Concertino in A-flat, op. 34. 

Joseph Haydn. Sinfonía Nº 22 (El filósofo).

Richard Wagner. Tristan und Isolde (acto 3, escena 1).

Piotr Ilich Chaikovski. Romeo y Julieta (tema de amor, exposición); Capricho italiano.

Antonín Dvořák. Sinfonía Nº 9 del Nuevo Mundo.

César Franck. Sinfonía en Re menor (segundo movimiento).

Gioacchino Rossini.Obertura de William Tell.

Hector Berlioz. Obertura del Carnaval Romano.

Dmitri Shostakóvich. Sinfonía Nº 11 (cuarto movimiento) y la Sinfonía Nº 8 (primer movimiento).

Jean Sibelius. El cisne de Tuonela (de las Leyendas de Lemminkäinen).

Maurice Ravel. Concierto para piano en sol. Bolero, solo de corno inglés.

Joaquín Rodrigo. Concierto de Aranjuez (segundo movimiento).

Igor Stravinsk.Danza del pájaro de fuego. Aaron Copland. Quiet City (ciudad tranquila).