In memoriam
Robert Redford murió el 16 de septiembre de 2025, en su casa de Sundance, Utah. Tenía 89 años. Su trayectoria lo consolidó como uno de los grandes nombres de Hollywood y, al mismo tiempo, como una figura clave en el impulso del cine independiente a través del Sundance Institute y el festival que lleva el mismo nombre.
En esa doble faceta —estrella de la gran industria y defensor de lo alternativo— la música tuvo un lugar importante, tanto en las películas que protagonizó como en los espacios que ayudó a crear para compositores y diseñadores de sonido.
La música en sus películas
Redford no fue músico ni compositor, pero entendía la relevancia de la música en el cine. En varias ocasiones, intervino en decisiones sobre el tono sonoro de sus películas.
En Butch Cassidy and the Sundance Kid (1969), por ejemplo, objetó la inclusión de la canción “Raindrops Keep Fallin’ on My Head”. “Me parecía que no encajaba en absoluto en un western”, confesó en una entrevista citada por Entertainment Weekly. Con el tiempo reconoció que había sido un error: la pieza terminó siendo inseparable de la película y ayudó a definir su tono ligero y melancólico.
En The Way We Were (1973), el trabajo de Marvin Hamlisch aportó una de las canciones más reconocibles del cine romántico. La orquestación, unida a la voz de Barbra Streisand, sostuvo tanto la historia personal como la atmósfera política del filme.
En Out of Africa (1985), el score de John Barry dio a la película un carácter expansivo y nostálgico. Como recordó un análisis publicado en Classic 107, las cuerdas y melodías amplias creaban una atmósfera que “no solo acompañaba a la imagen, sino que parecía prolongar los paisajes en la memoria del espectador”.
Ya en el siglo XXI, All Is Lost (2013) lo mostró prácticamente solo en pantalla, acompañado por una partitura de Alex Ebert. Allí la música fue utilizada con contención, casi como un recurso invisible. Redford explicó en una conversación en la JFK Library que la experiencia de rodar sin diálogos lo llevó a “comprender cuánto podía sostener la música, pero también cuánto podía sostener el silencio”.
Estos ejemplos ilustran cómo la carrera de Redford estuvo asociada a bandas sonoras que marcaron época, aunque su papel fue siempre el de intérprete y productor sensible a esas elecciones, más que el de creador directo.
Sundance y la música como laboratorio
Con la creación del Sundance Institute en 1981, Redford impulsó un ecosistema que no se limitó al cine independiente desde la dirección o el guión. Los laboratorios para compositores y diseñadores de sonido se convirtieron en espacios de formación y experimentación, donde jóvenes músicos trabajaban sobre escenas y probaban diferentes enfoques.
Gracias a alianzas con organizaciones como BMI, Sundance abrió oportunidades a compositores emergentes y promovió la diversidad en un campo donde las mujeres y las minorías tenían poca visibilidad. Ese trabajo consolidó a Sundance como un referente no solo para directores y guionistas, sino también para la música aplicada al cine.
El eco de una vida
Robert Redford será recordado como un actor de mirada luminosa, un director que apostaba por las historias pequeñas, y un hombre que supo dar herramientas a otros. Su relación con la música —hecha de intuición, dudas, revelaciones— forma parte de ese legado.
Porque el cine, como él mismo lo entendió, no se mira solamente: también se escucha. Y en cada nota que aún vibra en nuestras memorias —el piano de Isham, las cuerdas de Barry, la canción que al principio no quería— sigue latiendo su presencia.